Volver a Lewis. Primera idea (I). Nuestra oración crea el mundo
De vez en cuando hay que volver a Clive S. Lewis (Cartas del Diablo a su sobrino). Recuerdo que sólo he tenido una crisis de fe, en la Universidad, y mis dudas quedaron aclarados con las Cartas de Escrútopo, una serie de artículos publicados en un diario británico durante la II Guerra Mundial y a la que supongo hay que pedirles lo que pueden dar, no más. Pero es que aquellas cartas dan para mucho.
Cartas a Malcolm son eso: cartas a un tipo de tal nombre. Pero es que lo bueno de Lewis es que empleaba el mismo esfuerzo en escribir un libro que en escribir una carta personal. Ahí esta la busilis de Lewis de este norirlandés converso al anglicanismo (murió sin ser católico).
Primera idea. La oración mental. Escribe para algo a la oración de petición cuando sabemos que nuestra historia está repleta de peticiones fracasadas.
De entrada, Lewis recuerda la oración de Jesús en Getsemaní, especialmente la coletilla. "Haz que pase de mí este cáliz… pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Si no me conviene, o si no es justo, no me le concedas. Porque esa es otra: ¿qué hubiera sido de mí?, recuerda Lewis si Dios me hubiera concedido todas mis peticiones.
Otro pregunta fiscalizadora, habitual, acerca de la oración: ¿si Dios existe fuera del tiempo, todos los actos de hoy están previstos de esa la creación, desde el inicio del espacio. Entonces, ¿qué sentido tiene mi oración de petición? Ahí va Lewis: "Yo prefiero decir que, desde antes de todos los mundos, su acción providente y creadora (pues las dos son una) toma en cuenta todas las situaciones producidas por las acciones de sus criaturas. Y si toma en cuenta nuestros pecados, ¿por qué no nuestras peticiones?".
Dicho de otra manera, nuestra oración de petición es uno de los elementos con los que Dios crea el mundo. Y, naturalmente, un ser fuera del tiempo está creando el mundo ahora mismo (esto es una tontería pero seguro que ustedes me entienden). Aquí Lewis llama en su ayuda a Pascal: "Dios ha instituido la oración para conferir a sus criaturas la dignidad de ser causas".
Y la otra cuestión sobre oración, quizás más importante porque no habla de su eficacia sino de su naturaleza, responde a la tentación satánica sobre la oración: ¿Y si estuviera hablando conmigo mismo? Y si no hubiera nadie al otro lado. El puñetero "Y si…".
Lewis responde con este poema:
Me dicen, Señor, que cuando creo
estar hablando contigo,
es todo un sueño, pues no se oye sino una voz,
un hablante imitando que es dos.
A veces la cosa, no es, sin embargo,
como la imaginan. Antes bien,
busco en mí la cosas que esperaba decir,
y he aquí que mis pozos están secos.
Luego viéndome vacío, abandono
el papel de oyente y a través de mis mudos labios,
respiran y despiertan al lenguaje
pensamientos nunca conocidos.
Y así, ni hace falta responder ni se puede;
así, mientras parecemos dos hablantes,
Tú eres Uno eternamente,
y yo no soy tu soñador, sino tu sueño.
La oración es diálogo, a veces diálogo de tres: dos hablantes, Dios habla consigo mismo con el hombre como espectador, a veces de dos: El hombre habla a Dios y Dios responde. ¿Por qué lo sé? Porque como el poeta, ese presunto expresa pensamientos nunca conocidos. Otra cosa es que Dios sea el soñador y yo sólo su sueño. Pero ¿acaso no es eso una metáfora de la existencia?
Es curiosa la acusación de esquizofrenia; siempre la realizan personas que no practican la oración mental. Los que sí lo hacen, no responden porque ni tan siquiera se lo plantean intelectualmente. Para ellos no es una cuestión es la experiencia misma.
Y así, claro, la oración mental se vuelve omnipotente, el gran placer olvidado por el hombre moderno.
Eulogio López