• Cunden las adoraciones perpetuas ante el Santísimo expuesto, como una de las variables más relevantes de la Iglesia hoy en día.
  • Siempre ha existido adoración (recordemos la adoración nocturna) o la dedicación del Jueves a un rato de adoración ante la custodia pero nunca se había considerado como instrumento de conversión, y uno de los más eficaces.
  • Tres elementos: adoración, confesión y silencio. Para mí que deben ir unidos.
Lo del silencio es fácil. A veces, hasta en la liturgia hay mucho ruido. Y el Papa Francisco, para esta cuaresma ha pedido menos bullicio… de la misma forma que los músicos del siglo (por ejemplo, la polaca Faustina Kowalska) insiste una y otra vez en que las almas parlanchinas, ansiosas, habladoras, no son del agrado de Dios. La adoración es silencio, especialmente si es adoración permanente. Créanme: a las cuatro de la madrugada, por ejemplo, la gente no suele estar para ruidos. Adoración. Nos habíamos olvidado de adorar. La oración siempre suele ser de petición (y está muy bien), menos veces de acción de gracias (y está muy bien) y más veces de petición de consuelo (y también está bien, aunque Dios también pide ser consolado). Pero se nos había olvidado la adoración. Se nos había olvidado que el hombre es una hormiga ante Dios y que hay que dejar a Dios ser Dios mientras impedimos el endiosamiento. Y luego queda la confesión, claro está. Por eso, si se trata de conceder la medalla de oro a alguna de las muchas iniciativas de adoración (¿se trata de eso?), yo se la otorgaría a la capilla de San Ignacio, en pleno centro de Pamplona, que ha unido la exposición perpetua con un confesionario adyacente donde, atención, los curas se pasan muchas horas haciendo guardia. De cara al Apocalipsis, la adoración no es arma despreciable. Y, en el entretanto, se están produciendo demasiados milagros en ese ámbito. Eulogio López eulogio@hispanidad.com