• Los expertos sólo sirven para la excepción y cuando la excepción pretende convertirse en regla es cuando nace la tiranía y el fanatismo.
  • ¿Quieren un ejemplo muy práctico del fanatismo del experto? Ahí va: atreverse a sancionar a unos padres (incluso atreverse a quitarles a su hijo) porque su glotoncillo está demasiado gordo. Pero hay otros muchos.
  • La máxima del experto: ni una sola palabra más de la debida para no comprometerme, ni una palabra menos de las necesarias para facturar.
Los que no llegamos a intelectuales presumimos de pálpitos. Es decir, de una especie de olfato para distinguir la sinceridad -tan importante para el hombre como la verdad y ambas existen- de un personaje, de un planteamiento, de una doctrina o de una costumbre. Y servidor siempre tuvo el pálpito de que "el experto" llamado a colación para sentar cátedra era un fraude o, al menos, reducía su cátedra a lo del perito en el juicio: ni una sola palabra más de la debida para no comprometerme, ni una menos de las necesarias para facturar, sea en dinero o sea en prestigio profesional (que, a la postre, acaba siendo dinero). Me explico, en 2016, en cuanto alguien demuestra algo acude al 'experto' y dado que no confiamos en la palabra de Dios ni en la palabra del hombre, sólo podemos confiar en la palabra del "experto", título que no se expide en las universidades pero que late detrás de toda titulación pretenciosa. Y mi pálpito -no siempre- era cierto esta vez. Lo he descubierto, cómo no, con Chesterton. Asegura el periodista inglés, en una crítica a la ley eugenésica británica de 1913 (una tiranía salvaje en zona civilizada, como toda eugenesia) que no existe el experto en salud sino el experto en enfermedades: "el experto es el resultado de los casos excepcionales". Porque claro, en la norma británica era el experto quien decidía qué persona podía vivir en familia y cuál debería ser secuestrada, por débil mental, de sus padres y recluido en un sanatorio-cárcel. Y, también, quién tenía derecho a procrear y quien no, no fueran a parir… débiles mentales. Más ejemplos: "un médico es un experto en las muchas formas de rotura de piernas pero no es un experto en piernas". Hay expertos en enfermedades, los médicos, pero no hay expertos en salud, porque la salud es naturaleza y "ningún naturalista puede presumir de entenderla". Chesterton: "Si me procesan por invasión de la propiedad privada, preguntaré a mi abogado cuáles son los caminos locales por los que se me prohíbe pasear…. Pero si a continuación el abogado, como consejeros -experto, especialista- en paseos por la comunidad pretendiera indicarme" por dónde debo pasear y en caminar detrás de mí por los senderos del bosque". O sea, que la sociedad de los expertos es una sociedad propia de fanáticos porque la tendencia de una sociedad sin Dios es a erigir un ídolo, el experto (luego el ídolo nos indica cómo debemos vivir, qué debemos comer a quien debemos odiar). Una situación que Chesterton equipara al fanatismo religioso… y yo creo que anda cargado de razón. Creánme: cuando en la tele le presenten a alguien como experto sepa dos cosas:
  1. Que es un fraude.
  2. Que hay expertos en la excepción -muy útiles, por cierto- pero no hay expertos en la regla, en lo natural.
Los expertos sólo sirven para la excepción y cuando la excepción pretende convertirse en regla es cuando nace la tiranía y el fanatismo. ¿Quieren un ejemplo muy práctico y actual del fanatismo del experto? Atreverse a sancionar a unos padres (incluso atreverse a quitarles a su hijo) porque su glotoncillo está demasiado gordo y puede ser un riesgo para la salud pública… según el criterio de salud del 'experto', naturalmente. Eulogio López eulogio@hispanidad.com