La revolución sexual que se iniciara en los años setenta del siglo XX, como sagrada enseña de libertad individual, ha terminado en un incremento de los abusos sexuales, de las violaciones y de la pedofilia. ¿Acaso esperaban otra cosa?

Generalizamos el sexo y dijimos que era liberación que terminaba con los viejos tabúes religiosos. Banalizamos y tribializamos las relaciones sexuales y aseguramos que cualquier negativa o límite constituía una forma de represión. Y ahora resulta que la fiscal general del Estado, María José Segarra, se escandaliza porque las agresiones sexuales contra las mujeres y contra los menores, la forma más repugnante de sevicia sexual, se han disparado. Pero, ¿acaso esperaban otra cosa?

Mejor reconocer que la revolución sexual de los años setenta fue un error que nos ha llevado al horror

Y entonces se le ocurre poner cámaras en las escuelas y otros centros de menores para evitar la pedofilia o también las agresiones sexuales ente menores.

Es el mecanismo progre acción/reacción, que no deja de ser la historia de la represión -aquí sí- en cualquier tiranía.

A lo mejor que volver a la teoría de los límites. A decirle a los menores y a los jóvenes, y decirnos a nosotros mismos, que hay límites, que no todo está permitido que las cosas se definen, precisamente, por sus límites.

A la sexualidad hay que ponerle límites. Si no, nos esclaviza

A ver, repitan conmigo: la liberación sexual de los años 70 fue un error que ha generado un horror de sociedad, un mundo ciertamente tenebroso, lleno de miedos.

A ver: lo lógico es que el libertinaje -sí, así se llama- sexual provoque un aumento de las agresiones sexuales y de la pederastia, la más repugnante de todas las servicias sexuales, y pedófilos, el más repugnante de todos los rijosos.

La liberación sexual siempre produce el mismo efecto: varones animalizados y mujeres víctima

Lo lógico es que en todo proceso de liberación sexual, aunque la estupidez feminista no haya caído en ello, la mujer se convierta en víctima.

La liberación sexual siempre produce el mismo efecto: varones animalizados y mujeres víctima. Y eso no se arregla ni con cámaras ni aumentando las sanciones.