Sr. Director:

Tras la festividad de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, pretendo hacer una breve reflexión que nos puede ayudar para llevar nuestra vida con ilusión y con la certeza de nuestro fin: la vida eterna. La Sagrada Familia es el ejemplo a seguir. La Virgen es el culmen de la humildad, Ella, que no tenía pecado original, se consideraba indigna de ser la Madre del Mesías prometido, y Dios la eligió para tal fin.

¡Qué ternura, qué amor, qué bondad, qué paz irradiaba esta Virgen que cautivaba a todas las personas! Un buen ejemplo para todas las madres, que se sacrifican por sus hijos y se desviven por ellos, y agradar a su esposo. El padre, San José, creyó el anuncio del ángel, el Hijo era obra del Espíritu Santo, y cumplió el anuncio del ángel; ¡qué desvelo, el escogido por Dios para ser el padre humano de su Hijo; qué tiene que huir a Egipto para salvar la vida del Niño, qué sacrificio y qué responsabilidad era el protector y mantener con su trabajo aquella Sagrada Familia! No se le nombra nada más que como carpintero.

Pues igual que la Virgen, cuántos padres que pasan anónimos, trabajan y se sacrifican para sostener su familia y que en ella reine la paz y la armonía. En cuanto al Hijo, es el ejemplo para todo ser humano, para que la paz y la hermandad impere en el mundo. Es el Amor de Dios por el hombre que se hace visible en aquel Niño nacido en un portal y muerto clavado en la Cruz. Él nos da su Vida para que nosotros tengamos parte de esa Vida divina. Madre no hay nada más que una, pues en esta Festividad de su Asunción y todos los días son apropiados para amarla, obedecerla y agradecer su desvelo por sus hijos, muchos de los cuales somos ingratos.