Hojeaba unas páginas de Jaume (o Jaime) Balmes quien, aplicando un aspecto de su particular filosofía del sentido común, hacía una digresión sobre la tolerancia como algo que “significa el sufrimiento de una cosa que se conceptúa mala, pero que se cree conveniente dejarla sin castigo. Así, se toleran cierta clase de escándalos, se toleran las mujeres públicas, se toleran estos o aquellos abusos: de manera que la idea de tolerancia anda siempre acompañada de la idea de mal". Es decir, se reconocen tácitamente esos hechos ciertos como comportamientos equívocos o retorcidos. Da la impresión de que en la actualidad se están tolerando (sin idea de mal) muchas otras aberraciones de tipo económico, sexual, político, etc. que se dejan sentir en la sociedad, porque lesionan y contrarían la interpretación recta y general que (con sentido común) se les ha dado siempre. En el otro extremo, retomo de nuevo las palabras de Balmes, “tolerar lo bueno, tolerar la virtud serían expresiones monstruosas”, o bien “nadie dirá jamás que tolera la verdad”. Se da, por tanto, la paradoja de que palabras como “bueno”, “virtud”, “verdad” se está llegando al extremo de considerarlas como expresiones monstruosas. Públicamente tal vez no se llega a tanto, pero hay quien en la intimidad las reconoce como tales. Hay hechos buenos y virtuosos, e igualmente verdades, que permanecerán sepultados para que no sean detectados y puedan servir de ejemplos a imitar los unos, y en cuanto a las verdades para que su conocimiento público no cause una honda catástrofe social. No es el signo de los tiempos, ni los cambios de la sociedad moderna, es el triunfo del mal sobre el bien y sus patéticas consecuencias. Luchemos para que ser una persona cabal y honrada continúe siendo, porque siempre lo ha sido, la norma de vida en una sociedad civilizada. Juan Antonio Narváez Sánchez Madrid
Las dieciséis mártires carmelitas de Compiègne, guillotinadas en la Revolución Francesa
15/12/24 07:00