Sr. Director:

A fuerza de una incesante propaganda comercial de estas fiestas que casi comienzan a mediados de noviembre, nos fueron introduciendo al barbudo personaje en nuestros hogares como si se tratara de un viejo familiar. Su éxito es ya tan grande que goza de inmunidad incluso ante el progresismo, dispuesto a perdonarle no sólo su origen capitalistón y cocacolero, sino hasta su mórbida y poco saludable obesidad, su heteropatriarcado machirulo excluyente de toda compañía femenina, y el gravísimo hecho de utilizar a inocentes animales en su trabajo. Circunstancias todas ellas muy políticamente incorrectas y que en cualquier otro caso significarían la proscripción de este individuo. Pero no... 

Con la ayuda de grandes empresas que antaño no se avergonzaban de publicitar con iconografía cristiana unas fiestas de inequívoca esencia, Papá Noel se ha instalado tan cómodamente entre nosotros, que incluso ha aprovechado para colarnos de matute a colaboradores tan «cercanos» a nuestra cultura y tradición, como son los elfos, duendes de orejas puntiagudas que acabarán siendo más populares y presentes en nuestras familias que el mismísimo Niño Jesús; como también ya lo son los renos respecto al buey y la mula.

A este paso celebraremos una Navidad suplantada donde, perdido su origen, sentido y referente, sospecharemos hasta de las intenciones que traía el gordo ese del trineo con tantos regalos y deseos de felicidad, y qué buscaba vendernos «en estas fechas tan señaladas».