Sr. Director:

Me sorprendieron enormemente las palabras de María Elvira Roca Barea en una reciente entrevista recogida en diversos medios: Los clásicos estorban muchísimo. Y matizaba los términos: Los clásicos están cada vez más olvidados en las aulas, en los medios y en las tribunas porque molestan: te enfrentan a realidades humanas que son eternas y muy incómodas.

Parece como si una bomba de relojería hubiese estallado de pronto haciendo añicos todo con su onda, porque en realidad nuestra cultura se sustenta sobre el pedestal clásico. Un pedestal que ha ido evolucionando con el transcurso de los siglos, pero siempre con un respeto y una tasación al alza de su valor. Cabe, pues, preguntarse ahora quién o qué es lo que sustenta la cultura actual. Y la respuesta es lacónica por la simpleza de su paupérrimo o carente contenido: nada. No hay actualmente una definición válida de cultura porque se ha querido, ante todo, romper con cualquier realidad existente con anterioridad. Se quiere crear de la nada, y de la nada solo puede crear Dios. Y desde luego, aunque los actuales mentores de la supuesta cultura existente se crean dioses son eso: nada. Se hablaba de virtudes, luego de valores (para no herir susceptibilidades), belleza, magnificencia, trascendencia, venustez… palabras que han quedado vacías, privadas de sentido. Ahora, ante cualquier manifestación cultural ¿qué expresión cabe pronunciar? No estoy impuesto en las últimas incorporaciones de términos al Diccionario de la Real Academia, pero desde luego creo que no seré el único que exclame: Y por esto ¿cuánto se ha embolsado la tía (o el tío)?