Sr. Director:

Ese era el himno oficial del Congreso Eucarístico Internacional en Barcelona en 1952.  Aún no se había establecido la comunión en la mano. En estos últimos días se han producido dos acontecimientos que han iluminado con una luz cegadora, la gravísima situación de la Iglesia Católica y por tanto también del mundo. Primer acontecimiento: en  la ciudad mejicana Querétaro, un numeroso grupo de jóvenes, abrazados entre sí, forman una barrera infranqueable que impide que una muchedumbre totalmente alterada, que muestra con toda claridad su odio a la Iglesia Católica, no puede cumplir su objetivo de profanar el Santo Templo de Dios por la actitud de aquellos jóvenes que lo defienden con su propia vida.

El otro acontecimiento: En la localidad de Canfranc, Huesca, el sacerdote celebrante da la comunión en la mano a los fieles, cuya Sagrada Forma había mojado previamente en el cáliz. Profanación de extrema gravedad. Estos dos acontecimientos me han apremiado, tengo, tenemos que defender los católicos con nuestra propia vida, la Divina Eucaristía. Hoy, a las seis de la mañana me tengo que levantar, recuerdo aquél título: “De rodillas Señor ante el Sagrario.” Creo no engañarme, entiendo que es una inspiración, pero entiendo una frase muy dura, “Atácalos sin piedad, me han traicionado.”  Dejo pasar el tiempo, unas horas, puede ser que sea una idea mía, pero parece que no, que era una inspiración y por tanto tengo que escribir. Atácalos sin piedad, se refiere a esos pastores que le han traicionado, que son los mayores profanadores, que están haciendo inútil su Pasión y Muerte y que muchas almas se estén condenando, las han dejado en manos de Satanás y a pesar de la gravedad de la situación que se incrementa incesantemente desde que se permitió la comunión en la mano, no cambien y persisten en su obstinada desacralización de la Divina Eucaristía. Ellos son los mayores profanadores. Por tanto con la máxima urgencia, hay que anular la comunión en la mano y que el fiel comulgue de rodillas y en la boca, solamente el sacerdote tiene las manos consagradas precisamente para poder tocar lo sagrado.