Sr. Director:

En los últimos días del mes pasado y primeros de este estos, quien más quien menos, hemos contemplado alguna representación del nacimiento de Jesús, del Hijo de Dios, de maneras muy diversas, porque la imaginación es poderosa y los artistas muy variados. Y la verdad es que por mucho que lo hemos pensado y por mucho que lo hemos imaginado no es nada fácil hacerse bien a la idea. Lo de nacer en una cueva para animales seguro que es algo que se nos escapa.

Pero dentro de esa variedad casi infinita de modos de representar lo que llamamos “el belén” o “el nacimiento”, hay algunos detalles que se repiten: María y José miran al Niño. Parece elemental: están ante un niño nacido sin intervención de varón, concebido por obra del Espíritu Santo… y eso, pensándolo un poco, para esos jóvenes esposos era algo como para volverse locos. La imagen que tenemos de ese momento es de dos contemplativos.

Si a cualquiera de nosotros nos ocurre que ante un bebé recién nacido nos quedamos alelados por la maravilla que eso supone, ¡qué habría pasado si hubiéramos llegado a aquel lugar con los pastores y nos hubiéramos encontrado con esa escena, sabiendo de verdad lo que ocurría! “No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.