El pasado 21 de junio, el Papa León recibió a miembros de las delegaciones de 68 países, que se acercaron a Roma para participar en el Jubileo de los Jefes de Gobierno.
El Santo Padre les recordó y nos recuerda a todos tres imperativos a tener en cuenta en el contexto social y cultural actual:
En primer lugar, promover y proteger el bien de la comunidad, el bien común, especialmente en defensa de los débiles y los marginados.
Es necesario trabajar para superar la inaceptable desproporción entre la riqueza de unos pocos y la pobreza inconmensurable de muchos.
Este desequilibrio genera situaciones de injusticia permanente que fácilmente conducen a la violencia y, tarde o temprano, a la guerra.
Una buena acción política, al promover la distribución equitativa de los recursos, puede ofrecer un servicio eficaz a la armonía y a la paz, tanto en el plano social como en el internacional.
En segundo lugar, el Papa hizo referencia a la libertad religiosa y al diálogo interreligioso.
También en este terreno, la acción política puede hacer mucho, promoviendo las condiciones para una efectiva libertad religiosa y para el desarrollo de un encuentro respetuoso y constructivo entre las diversas comunidades religiosas.
Creer en Dios es una inmensa fuente de bondad y verdad en la vida de las personas y de los pueblos.
San Agustín habla de pasar del amor egoísta, cerrado y destructor, al amor de Dios, que es gratuito y conduce al don de sí mismo al servicio de los demás, construyendo una sociedad en la que la ley fundamental sea la caridad.
Una referencia esencial en este sentido es la de la ley natural, no escrita por manos humanas, pero reconocida como universalmente válida y en todos los tiempos, que encuentra su forma más plausible en la naturaleza misma.
La ley natural constituye la brújula con la que orientarse en la legislación y en la acción.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, forma parte del patrimonio cultural de la humanidad.
En tercer lugar, hoy nos encontramos con el reto de la inteligencia artificial.
Su desarrollo será valioso si su uso no conduce a un menoscabo de la identidad y la dignidad de la persona humana y de sus libertades fundamentales.
La vida del ser humano vale mucho más que un algoritmo y los gobernantes y los políticos deben tener ésto muy presente en sus decisiones y compromisos.
Finalmente, el Papa León recordó que en el Gran Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II señaló a los políticos como testigo e intercesor a Santo Tomás Moro (1478 - 1535), un hombre fiel a sus responsabilidades civiles y un perfecto servidor del Estado en virtud de su fe cristiana.
Ponía su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; manejó las disputas sociales con un exquisito sentido de la justicia; protegió a la familia y la defendió con enérgico compromiso; promovió también la educación integral de la juventud.
La valentía con la que no dudó en sacrificar su propia vida para no traicionar la verdad lo convierte hoy para nosotros en un mártir de la libertad y de la primacía de la conciencia.
¡Ojalá su ejemplo sea también para nosotros una fuente de inspiración y de proyecto!
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la ley natural diciendo que "expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir, mediante la razón, lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.
La ley divina y natural muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin.
Se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana.
Dios escribió en las Tablas de la Ley del Antiguo Testamento lo que los hombres no leían en sus corazones.
La ley nueva o ley evangélica promulgada por Jesucristo en el Sermón de la Montaña es la perfección de la ley divina, natural y revelada.
Es obra de Cristo y también del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad, porque el que ama ha cumplido el resto de la ley y la plenitud de la ley de Dios es el amor"
(Ver Catecismo, números 1950 y siguientes)