Sr. Director:
“No hay demanda social” para la eutanasia. Así explicaban en estos días los obispos el documento “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida” en el que llevan largo tiempo trabajando y que publican con acierto en este momento, a las puertas de un nuevo Gobierno que, si se confirma, tendrá esta forma de suicidio como una prioridad ideológica de su plan de acción.
El problema del debate de la eutanasia es que no se está desarrollando en la arena del razonamiento. Al contrario, junto con el debate del aborto, la batalla en favor de acabar con la vida se está librando con un arma peligrosa y difícil de controlar: la emoción.
Vivimos en una sociedad dominada por el pathos, esa prueba argumental que, explicaba Aristóteles, permite al emisor dominar las emociones del receptor y, por tanto, su pensamiento. De ahí que la defensa de atrocidades cómo matar a un bebé en ciernes o a una persona enferma se logren mediante la utilización de falacias en las que un caso paradigmático y lacrimógeno incita a tomar la parte por el todo. Y a ello contribuyen enérgicamente unos medios de comunicación que no siempre buscan la verdad con criterio sino el valor de un click, de un punto más en la audiencia, porque tiran de esa mitad morbosa que presumen en sus receptores. Entonces localizan un caso de esos que desatan olas de empatía para abanderar una causa en la que siempre aparecen resquicios.
La primera grieta tiene que ver con otra falacia que reduce las opciones a dos: o infinito sufrimiento o muerte. Lo que los obispos han querido poner de manifiesto en su importante documento -importante porque aúna cientos de miles de voces que ven reflejada allí su posición- es que hay una elección intermedia: la de los cuidados paliativos y el acompañamiento médico, humano y espiritual del que sufre y de sus familiares.