Sr. Director:

Las acusaciones de pederastia por parte del clero católico que están ocupando los titulares de no pocos medios de comunicación estos días emanan una nube de humo. Si bien existen casos incontestables de este delito gravísimo en la Iglesia, no están probadas todas las denuncias ni las responsabilidades que circulan; la cobertura informativa, por tanto -a la espera de la aprobación de la comisión parlamentaria de investigación y de la emisión de sus informes- desprende una combustión desproporcionada. 

El problema es que inhalar ciertas partículas y gases nocivos provoca insuficiencia respiratoria, incluso asfixia, y van sumándose damnificados a las primeras y más importantes víctimas, que son quienes han sufrido las vejaciones: la Conferencia Episcopal Española, acusada por remisa y errática, sin derecho a la presunción de inocencia; tantos fieles erosionados en su fe, así como el conjunto de la opinión pública, al albor de titulares inquietantes que vaticinan un escándalo en España sin saber aún su magnitud. Porque una cosa no quita la otra: las cifras no restan gravedad a este asunto, pero sí facilitan situarlo y contextualizarlo.

¿Cómo se puede ayudar, por tanto, a evitar esta reacción en cadena? Una medida es el rigor informativo pues, si bien la perversión de los abusos a menores justifica la atención mediática, el periodismo queda desacreditado con el ensañamiento, la amplificación y los datos no suficientemente contrastados.