Sr. Director:

Pasadas las celebraciones de Pascua, hemos asistido al Corpus Christi, que, ahora, sólo en Toledo y escasas localidades se celebra en su día propio. Aprendimos del dicho popular: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”.  

Este año, dejadas las restricciones del Covid, el Santísimo Sacramento ha vuelto a salir por nuestras calles y plazas en procesión bajo palio, alojado en preciosos ostensorios y acompañado de muchísimos fieles, especialmente de los niños de Primera Comunión.  Es la única procesión de obligación para la Iglesia, y la más ferviente. Era costumbre -debe serlo- arrodillarse al paso del Santísimo: la Fe nos dice que el pan consagrado en la Santa Misa, de pan sólo conserva la apariencia. La Eucaristía obra milagros, y los que tienen fe verdadera acuden al Sagrario a adorar y acompañar al Dios hecho Hombre que no quiso dejarnos solos después de su Ascensión a los Cielos. El Sacramento eucarístico es un desbordarse del Amor de Dios, que sobrecoge: Jesucristo, con su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, está vivo en la Santa Hostia, y actúa con verdadera fuerza para sanar nuestras heridas y acompañarnos en nuestro camino hacia la Eternidad. Ante su gran Majestad, sólo cabe la adoración y el amor. El Cardenal Sarah escribe: “adorar es la actividad más noble del hombre”, y  “Occidente ya no puede mantenerse en pie porque ya no sabe arrodillarse” ( Catecismo de la vida  espiritual).