Sr. Director:
Guste o no, uno de los problemas que amenazan el futuro de España es el generado por una masiva y creciente inmigración ilegal; un asunto de compleja solución por la mezcla de sentimientos, valores e intereses que se cruzan. Básicamente: la defensa de nuestras fronteras y el imperativo ético de nuestra (aún) civilización cristiana que nos impulsa a auxiliar al extranjero necesitado siguiendo el ejemplo del buen samaritano.
Pero al respecto surgen al menos estas cuestiones... Que una cosa es la respuesta individual que pueda ofrecer cada cual ante casos aislados de prójimos necesitados, y otra la que debe tomar un Estado que actúe buscando el bien común de todos sus ciudadanos, ante la aparición continua de miles y miles de personas que además suelen ser utilizadas por las mafias.
Como tampoco cabe ignorar, los previsibles perjuicios que nos producirá que una parte muy considerable de esos inmigrantes se declaren contrarios a nuestra cultura y civilización, manteniendo la convicción de que España les pertenece como un paraíso perdido del que fueron injustamente expulsados.
Pese al más que dudoso encaje en el contexto de esa parábola, despachar a una masiva inmigración ilegal tomando como norma de actuación al buen samaritano podrá parecernos algo muy emotivo, pero a la nación podría resultarle de una simpleza suicida.