Sr. Director:

En esta pletórica época de libertades, resulta cada vez más difícil disentir acerca de algunos temas en los que el progresismo nos ha ido imponiendo su blindada doctrina oficial. Como sucede con la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas o ex parejas; asunto sobre el que se han establecido una serie de dogmas, de los que ya no cabe discrepar. En síntesis son los siguientes: dicha violencia se debe al machismo que ejerce el varón prevaliéndose de su habitual superioridad física, impelido por una ancestral cultura heteropatriarcal que les lleva a someter a la mujer, y en su caso, a maltratarla y hasta a matarla. 

A largo plazo, esta lacra sólo podría superarse con la aplicación de una agresiva cultura feminista que conciencie desde niños a los varones sobre la virilidad tóxica que padecen, para poder transformarlos en sensibles compañeros. Y a corto plazo, por la detección y denuncia del primer mal gesto del varón hacia la mujer, y las consiguientes actuaciones judiciales y policiales mediante severas medidas restrictivas de la libertad, incluso por encima de la presunción constitucional de inocencia. Para ello es necesario más policías, más jueces, una tupida red de asociaciones feministas y, en general, mayor financiación pública de todo el entramado.

El comprobado hecho de que con tal planteamiento no se está resolviendo apenas nada, da igual. Hay excesiva gente viviendo de esto, como para cambiarlo.