Sr. Director:
Ante las presiones que se están produciendo, día sí y día también, en muchos medios sobre el clima y el cambio que se avecina, mucha gente quizá no sepa que las emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido considerablemente durante los últimos diez años en los países más desarrollados o que hoy día mueren menos personas por desastres naturales que hace un siglo.
Tampoco que sufrimos menos incendios y que la temperatura media ha aumentado de dos a tres grados sobre niveles preindustriales, no cuatro. Dicho de otro modo, que, aunque es indispensable que cuidemos del medio ambiente, el futuro que nos espera no es tan dantesco como insinúan los alarmistas del clima.
Según Michael Shellenberger, activista climático, de hecho, el ambientalismo radical puede ser contraproducente y conducir a la adopción de políticas con un importante impacto negativo para nuestro entorno. “Las personas más apocalípticas sobre los problemas ambientales -explica en No hay apocalipsis (Deusto)- tienden a oponerse a las mejores y más obvias soluciones para resolverlos”. Lo dice él, activista convencido y de larga trayectoria, que, desde hace unos años, decidió examinar cara a cara los datos, aprendiendo en su cotejo que el hombre no es solo el problema del medio ambiente, sino casi siempre la solución, como sostiene el “Manifiesto Ecomodernista”, promovido por él y por Ted Norhaus.
Eso no quiere decir que este científico haya recorrido el camino inverso, ni que se haya enrolado en el bando negacionista. Nada de eso. Es consciente de que debemos cambiar muchas cosas si no deseamos que la situación empeore, aunque reputen exageradas y carentes de base científica las previsiones. Shellenberger nos ofrece una lectura del cambio climático sin ningún tipo de antiojeras especulativas y considera que la protección de la naturaleza exige sortear el batiburrillo de extremismo climático, anticapitalismo y antihumanismo que subyace en el discurso ecologista predominante.