Decíamos ayer que Barack Obama tiene  miedo al Islam, frente al que se encuentra secuestrado y en pleno Síndrome de Estocolmo tras su sonoro fracaso con la primavera árabe. El problema del musulmán es que, por lo general, no respeta el país de acogida: no respeta ni su fe, ni su cultura, ni sus costumbres, ni sus mujeres. Por no hablar de la prepotencia con la que trata a los indígenas que le han acogido. Imposible comprobar todos los datos así que no podemos corroborarlos, pero bastaría con que fuera cierto la mitad de lo que dice. Vaya si bastaría. Ahora bien, todo sería asimilable si hubiera reciprocidad. Por ejemplo, si en Arabia Saudí, cuna del Islam, los cristianos pudieran practicar su religión libremente. Si hubiera, en resumen, reciprocidad. Pero mientras en España hay más de un millar de mezquitas si un cristiano viaja a Arabia Saudí con un evangelio -sí, la simple posesión de un evangelio- puede ser detenido, torturado y hasta condenado a muerte. Pero si dices algo de esto, eres un racista. ¿Y todo esto por amor a los musulmanes? No, por odio a los cristianos. Ya es hora de pararle los pies al Islam.

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