¡Vanidad de vanidades, puta vanidad!, dice Qohelet. La verdad es que Qohelet, o el profeta, dijo aquello de vanidad de vanidades y todo es vanidad, pero considero que la idea pasó por sus mentes en sus momentos caritativamente más flojos. Por eso, en esta película de la Conspiración 11-M no hay buenos ni malos: todos son malos, todos son archivanidosos.
Rodríguez Zapatero, Pedro J. Ramírez y Baltasar Garzón. ¿Hay algo peor que un político pagado de si mismo? Sin duda: un periodista pagado de sí mismo. ¿Y peor que un periodista vedette? Sí, un juez estrella.
Por su vanidad, Zapatero ha conseguido que los españoles vivan en situación de enfrentamiento civil, que si no degenera en guerras civiles porque vivimos demasiado bien como para molestarnos en coger las armas: nos conformamos con desearlo y nos desfogamos leyendo algún editorial de El Mundo o de El País, o simplemente viendo la tele. La vanidad tiene esas cosas: el del talante analiza la actitud del contrario, en este caso Rajoy, y no halla en él ni un 0,1% de verdad. Es falsa al 10 por 100.
Lo mismo le ocurre a El Mundo con El País y ABC (al El País y ABC con El Mundo): ni una milésima de razón, miren por donde, anida en el adversario. No sólo están equivocados, sino que son culpables de su error. Se mueven por razones espurias.
Sin embargo, los socialistas le están ganando la batalla de la Conspiración al PP y a El Mundo. Y es que Pedro J. no se da cuenta de que con el siglo XXI ha muerto la teoría de la conspiración y ha nacido la teoría del consenso, donde Zapatero y El País se mueven como pez en el agua. La teoría del consenso puede definirse así: Para mantenerse en lo más alto no hay que maquinar enrevesados planes para modificar a la opinión pública, no porque la opinión pública sea tan lista que se entere de todas las manipulaciones, sino porque es tanta la información que recibe esa opinión pública la que, a la postre, siempre manda, como recordaba Ortega- que no hay manera de dirigir a la mayoría en una misma dirección. Ni tan siquiera el todopoderoso Polanco es capaz de hacerlo. La teoría de la Conspiración es apriorística, trata de modelar el sentir mayoritario. Por contra, la teoría del consenso siempre se ejerce a posteriori. Primero se olfatea dónde esta el sentir mayoritario y luego se pone uno a la cabeza de la manifestación. Lo que importa en la teoría del consenso es el viejo lema de los relaciones públicas norteamericanos: Nunca digas lo que la gente no está dispuesta a creer, aunque sea cierto, y di lo que la gente está dispuesta a aceptar, aunque sea falso.
Queda don Baltasar Garzón, claro está, una mentalidad que revela un alto componente de adolescencia femenina: le pierde su obsesión por estar en medio de la fiesta. Aún más que Zapatero, aún más que Ramírez, Garzón quiere ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro.
Y ya saben, la única forma de conseguir que un adolescente madure es una sabia combinación de disciplina y no hacerle demasiado caso. ¿O es que creen que a alguno de los tres citados le preocupa mucho la suerte de las 192 personas asesinadas el 11-M? Con la excepción de Pilar Manjón, por razones obvias. Me temo que no recuerden ni un par de nombres de las víctimas.
Eulogio López