En el PSOE triunfante se enfrentan ahora dos tendencias que defienden posiciones contrapuestas, respecto a lo que debe hacerse con los presidentes y equipos directivos de las empresas privatizadas por el Partido Popular, que, en 1996, supuso la llegada a las cúpulas empresariales de una nueva generación de gestores, que han dado en llamarse "biutiblú" (derivada fonética de los beautiful people, o cúpula empresarial aupada por el PSOE de Felipe González).
Por una parte, la parte más liberal del partido, representada por Pedro Solbes, vicepresidente económico, opta por la sensatez y por no asustar a la "city" financiera ni al mundo empresarial. Por otra, el sector de Jesús Caldera, casi seguro ministro de Trabajo, considera, como Rafael Simancas en Cajamadrid, que hay que proceder a los relevos cuanto antes, con el objetivo último de que en septiembre empresas como BBVA, Telefónica, Repsol YPF, Endesa, Altadis, etc., estén presididas por otros señores más afines al poder.
La verdad es que a Pedro Solbes se le ha otorgado mucho poder: vicepresidente económico (aún no sabemos si habrá ministro de Industria) y presidente de la trascendental Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos. Ahora bien, los 'calderianos' insisten en que Solbes no nombraría a un solo presidente: eso es cosa de Zapatero y del propio aparato del partido, que tanto ha sufrido durante ocho años de 'aznarismo'.
Y la verdad es que el precedente del Partido Popular en el 96, así como las presiones de los barones regionales y las ambiciones personales del aparato que ha secundado a Zapatero (por el que nadie daba un duro en el propio partido hasta el mismísimo 11-M), inclinan la balanza hacia los partidarios del cambio.
Además, no hay que olvidar que el revanchismo no sólo es patrimonio de Jesús Caldera, José Blanco o Carme Chacón: el más revanchista de todos es el propio Rodríguez Zapatero, ninguneado por el poder político y económico del PP durante 4 años y al que pocas empresas han hecho mucho caso.
En 1996, Rodrigo Rato llegó al poder con ese mensaje: no habrá cambios en las empresas. Se trata del mismo mensaje que ha lanzado el defenestrado Miguel Sebastián. Y lo cierto es que en 3 meses se habían renovado todas las cúpulas.
Naturalmente, la diferencia entre 1996 y 2004 es clara: el PP privatizó esas compañías, mientras que el PSOE se encuentra con compañías privadas. Ahora bien, en el PSOE de Rodríguez Zapatero se aducen, al menos, cuatro razones para cambiar a un presidente que no resulte grato al poder:
1. Utilizar a un accionista caracterizado (por ejemplo, cajas de ahorros).
2. Si se trata de una empresa regulada, sobre todo en sus tarifas (casi todas ellas).
3) Si se trata de una empresa, cuyo principal cliente es la Administración pública.
4) Amenazar con la supresión de la acción de oro o veto político.
5) Propiciar un escándalo.
Al final, por tanto, toda gran empresa está obligada a mantener buenas relaciones con el Gobierno, pero mucho más si se dan una, o varias de las condiciones antedichas.
Con todo, lo cierto es que la sorpresiva llegada al poder del PSOE propiciará un proceso de cambios en las empresas privatizadas, las más importantes del país. Y de nada servirán las declaraciones de apoyo al nuevo Gobierno.
Ente los afectados, el presidente del BBVA, Francisco González, es el que está dispuesto a resistir numantinamente todos los ataques. A fin de cuentas, llevó a los tribunales a todo Neguri, vació el corazón del BBV, e incluso se permitió el lujo de expulsar a varias de las grandes fortunas españolas. Con él no valen los amagos: está dispuesto a pelear. Pero tiene en la nuca el aliento de Emilio Botín, empeñado en absorber a su gran competidor. Y Botín puede ser la palanca utilizada por los accionistas.
Respecto a Repsol YPF y a Telefónica, las dos grandes empresas industriales españolas, lo cierto es que ambas tienen un accionista común, La Caixa, que está dispuesto a jugar fuerte en ambas, especialmente en Repsol YPF. Además, aunque Ricardo Fornesa intenta mantenerse al margen de la política, lo cierto es que el presidente de la Generalitat catalana, Pascual Maragall, quiere co-decidir con el Gobierno central en materia económica. Y ese espíritu de co-decisió implica, desde luego, que el Tripartito tiene algo que decir en el relevo de las antiguas empresas públicas.
Por último, no hay que olvidar que Pedo Solbes fue en su día un discreto ministro de Economía, agobiado ahora por las promesas electorales de un Zapatero que estaba dispuesto a prometer estufas a los esquimales, en la convicción de que iba a perder las elecciones. Y resulta que las ha ganado. Solbes es uno de esos personajes empeñados en hacerse respetar a toda costa. El adjetivo más citado para definirle es el de sensato, pero nadie se atreve a calificarle de brillante.
En resumen, por el momento, todo indica que los 'calderianos' se van a imponer, y que en septiembre a las grandes empresas (mejor, a sus directivos) no les va a conocer... ni la madre que los parió, que diría Alfonso Guerra.