La publicidad en España la vende como una película en la línea de Dirty Dancing y Déjate llevar, es decir, un film que aborda la danza como valor terapéutico. Pero Un toque de distinción es mucho más: una historia tierna, bastante original, poblada de personajes solitarios que buscan llenar el vacío de sus vidas acudiendo a una academia de baile de lo más singular.
Frank Keane (Robert Carlyle) es un depresivo panadero que intenta, como puede, sobreponerse a la reciente muerte de su esposa. Un día cualquiera es testigo de un accidente de tráfico. El moribundo conductor del coche siniestrado (John Goodman) le pide un favor personal: que acuda a una cita que tenía concertada cuarenta años atrás, en una academia de baile, con el amor de su infancia y que se despida, en su nombre, de ella. Cuando Frank acude a
Si se fijan en el reparto apreciarán que muchos actores veteranos -sobradamente conocidos- han apostado por esta historia, escrita y dirigida por Randall Miller (cuyo título más recordado es Tira a mamá al tren). Y no es para menos porque están ante una comedia de personajes, donde todos y cada uno tienen un carácter bien definido. El genial John Goodman está fantástico narrando, de forma nostálgica, su inolvidable romance infantil; Mary Steenburgen es la profesora más cursi que jamás hemos visto en la pantalla; y Robert Carlyle y Marisa Tomei bordan sus papeles de tímidos llenos de sensibilidad. Eso unido a una ristra de personajes secundarios que tienen su miga (desde el club de los viudos desconsolados hasta los curiosos especimenes apuntados en la academia de baile) convierten a Un toque de seducción en una comedia encantadora.
Comedia agridulce alrededor de segundas oportunidades, Un toque de seducción enlaza, con bastante tino, situaciones totalmente surrealistas con otras llenas de una ternura, algo que en raras ocasiones contemplamos en el cine actual.
Para: Los que les gusten las comedias sentimentales con un guión original
