Sr. Director:
Cuando se cumple un año del fallecimiento del filósofo Julián Marías (murió el 15 de diciembre de 2005) creo que es un buen momento para hacer algunas reflexiones en torno a su persona y a su legado intelectual; entre otras cosas para evitar que quien fue conciencia viva de nuestro país sea devorado por el silencio. Lo primero que conviene destacar es su calidad humana.
Al tratar personalmente a Julián Marías se acrecía una impresión que dejaban adivinar sus escritos, a saber, que por debajo del eminente intelectual había un hombre bueno en la más profunda acepción del término. Jamás un mal gesto o un comentario malediciente. Siempre buscaba lo valioso para que diera fruto, sin dejarse enmarañar por los aspectos negativos sobre los cuales evitaba detenerse por considerarlos infecundos. Discípulo y amigo de Ortega y Gasset, su pensamiento se alimentó de las grandes aportaciones de su maestro ensanchándolas con sus propios análisis y descubrimientos. Julián Marías, nacido en 1914, se formó en la Universidad de Madrid entre 1931 y 1936 en la Facultad de Filosofía. Allí impartían su magisterio gentes como Zubiri, García Morente, Américo Castro, Sánchez Albornoz, Besteiro, Gaos, Menéndez Pidal... Se entusiasmó por la ciencia reina, la filosofía y desde entonces tuvo clara su doble vocación de escritor y docente. Pero la guerra civil cortaría sus sueños de juventud. Marías se incorporaría al Ejército de la República con el anhelo puesto en que la contienda acabase lo antes posible.
En aquellos días tuvo la oportunidad de tener un trato más cercano con quien había sido profesor en la Facultad de sus amores, Julián Besteiro. Colaboró con Besteiro desde la prensa para preparar el final de la guerra en Madrid. Marías nunca olvidaría aquellos días; la integridad moral de Besteiro, su valor negándose a huir de un Madrid exhausto por tres años de lucha. En septiembre del año siguiente Besteiro moriría traduciendo un libro que le había prestado Marías, Jesucristo de Karl Adam. Marías tampoco sería ajeno al rencor que dejan las guerras y tras un corto pero angustioso periodo de detención sería libertado aunque durante décadas ya no podría ejercer la docencia en la universidad española. Con aquellas perspectivas muchos habrían optado por el exilio (no pocos lo hicieron) pero Marías sostuvo hasta el final de sus días la necesidad de quedarse en los tiempos difíciles porque sólo así se cambian las cosas. Todavía le recuerdo no hace tanto en su piso de Madrid poblado de libros por todas partes insistiéndome en esta misma idea: cuando las cosas van mal la tentación es marcharse, darles la espalda. Pero no, hay que quedarse para intentar cambiarlas.
Si bien la docencia le estaba vetada en España (para ejercitarla un tiempo tendría que salir a los Estados Unidos) su faceta de escritor no dejaría de desarrollarla nunca. Su primer libro, Historia de la Filosofía, publicado en 1941 cuando Marías contaba 27 años, está prologado por Zubiri y cuenta con un epílogo de Ortega y Gasset. ¡Nada menos! Luego vendría un tropel de ellos llenos de cordura y hondura filosófica. Y es que la vida de Marías estuvo impregnada en todo momento por aquellas poderosas lumbreras de la Escuela de Madrid. Zubiri dirigió su tesis doctoral -la cual, por cierto, le fue suspendida en un bochornoso episodio de sectarismo-. García Morente le casó con el amor de su vida, Dolores Franco (Lolita). Y Ortega, ¡qué decir de Ortega! Fue algo así como un padre adoptivo a la manera de los patricios romanos, que tomaban por hijo a aquel que por sus virtudes y talento podían administrar el patrimonio familiar, en este caso intelectual, y volcaban en él todo su afecto y apoyo. Hombres como Marías ayudaron a que en España germinará un pensamiento liberal tan adormecido no sólo por quienes se sentían identificados con el Régimen imperante, sino también por quienes se oponían a él desde posiciones nada democráticas.
Por eso no es de extrañar que cuando muerto Franco se constituyeron las Cortes que tenían que dar una Constitución a la nación, Julián Marías fuera nombrado senador por designación Real. Debemos a Marías que en la Carta Magna se denomine a nuestro país como Nación española, término que ha aparecido en todas nuestras constituciones y que en aquellos momentos, desde posiciones de un particularismo incipiente, se pretendía desterrar. Es doloroso contemplar la irresponsabilidad con que se trata esta cuestión, la ligereza pueril con que se menoscaba nuestra identidad nacional propugnando su desaparición, cuando no su inexistencia. En una entrevista que hice a Marías a mediados de los noventa afirmaba sin titubeos: En España no ha habido más nación que España. Y esto lo decía desde un conocimiento hondo de nuestros fundamentos sociales e históricos; con un inagotable afán de veracidad frente a los intereses y manías provincianas. Acabada la Constitución Marías se apartó de la actividad política, no así de su presencia social en la esfera que le era propia, el pensamiento. Y lo hizo como siempre, buscando lo valioso del mundo que le rodeaba y dándolo a conocer a través de libros y artículos. Curiosamente los nuevos aires le granjearían una vez más el desapego de los poderosos. Su cristianismo sereno, convencido y público y su patriotismo culto y sensato, incomodó a quienes pretendían devolver la causa de Cristo a las catacumbas y la idea de España a la mitología. Académico, premio Príncipe de Asturias, miembro del Consejo Pontificio para la Cultura, doctor honoris causa por varias universidades... pero, ante todo, filósofo.
¿En qué consistía su pensamiento? Básicamente se trata de un instrumento intelectual de comprensión de la persona humana. El siglo XX ha contemplado los regímenes más implacables y crueles sustentados en ideologías totalitarias pero, por contra, también ha llevado en su seno el desarrollo de un modo de pensamiento que quiere poner a salvo la realidad personal, su singularidad e irreductibilidad. Marías penetró en importantes aspectos de esa realidad. De ahí su defensa de la dignidad de cada persona, su rechazo frente a todo aquello que la menoscabase como el terrorismo, la drogadicción o la aceptación social del aborto a la que consideraba lo más grave que ha sucedido en el siglo XX sin excepción. Con la muerte de Marías no sólo perdimos a un gran pensador sino a un referente moral de primer orden. En un mundo que naufraga entre el oleaje de la soberbia y la demagogia nos quedan algunas tablas de salvación, entre las más consistentes están los libros de Julián Marías. Estamos huérfanos, pero no del todo, Marías nos ha dejado un legado, una herencia preciosa que no debemos descuidar.
Rafael Hidalgo Navarro
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