Con cierta razón, ceutíes y melillenses se han sentido un tanto molestos por el hecho de que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pida permiso a Rabat para visitar las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Delicadamente, le han dicho que para eso se quede en casa. Los dos Juanjos, el presidente ceutí Juan José Vivas y el melillense Juan José Imbroda, han coincidido en que lo mejor es que no vaya. Además, es sabido que el símbolo de la unidad de España no puede ser un partido político sino la Jefatura del Estado. En otras palabras, que los juanjos preferirían que quien acudiera a Ceuta y Melilla fuera el Rey, no el Presidente del Gobierno.
Esto, más que una alianza de civilizaciones, parece un sojuzgamiento de voluntades, amén de un reconocimiento explícito por parte de Madrid de que el próximo objetivo de Rabat es hacerse con Ceuta y Melilla (luego vendrán las Canarias y se supone que por último la península, que no deja de ser Al Andalus). Haría bien Mr. Bean en repasar la historia de la descolonización del Sahara, un conjunto de ardides de Hassan II, una verdadera pieza, taimado, que aprovechaba todas las debilidades del adversario y utilizaba a mujeres y niños como escudos humanos para conquistar el Sahara, vulnerar la voluntad de los saharauis y de eso que los cursis llaman la comunidad internacional, es decir, la ONU.
Sin embargo, muchas veces se olvida un pequeño detalle que ha sido piedra de toque, a veces decisiva en los enfrentamientos entre España y Marruecos durante los últimos cuatro años: la presencia de tropas marroquíes integradas en el Ejército español, que en algunos acuartelamientos de Ceuta y Melilla rondan un tercio de la población.
Así, en 1957-58. Coincidiendo con la guerra de Ifni, hubo una sublevación de tropas de origen marroquí contra sus mandos. Años más tarde, estalla en el Sahara español una sublevación nativa a la que se sumó todo el Ejército indígena integrado en las tropas españolas. Dos años más tarde, el precitado enclave de Ifni pasaba a soberanía marroquí.
En 1973, tropas marroquíes bajo bandera española hacen prisioneros a sus propios mandos, tras incursiones del recién creado Frente Polisario y de tropas regulares marroquíes que realizaban incursiones en territorio español aprovechando la quinta columna de la que disponían.
En vísperas de la decisiva Marcha Verde, en 1975, los mandos españoles decidieron que las tropas marroquíes no durmieran en los campamentos. El 11 de noviembre de 1975, las autoridades españolas en el Sahara Occidental se ven obligadas a licenciar a toda la policía territorial formada por marroquíes en su mayor parte- por algo más que sospechas de traición generalizada. Es decir, cinco días después de que comenzara la Marcha Verde.
Así que una de las medidas más lógicas que podría abordar el Gobierno español sería retirar a los soldados marroquíes que operan en divisiones españolas, porque es como meter ala zorra en el gallinero. Porque aquí lo que hay que preguntarse no es si los marroquíes están traicionando a Ceuta y Melilla. Ya sabemos que sí. Aquí lo que hay que preguntarse es si la traición, disfrazada de diálogo y talante, vienen del Presidente del Gobierno.
Eulogio López