Les voy a contar el último chiste que corre entre los funcionarios del Gobierno socialista. Se trata de aquel hombre al que su familia lleva al psiquiatra, muy a su pesar:
- ¿Y por qué le ha traído su familia?
- Porque me gustan las tortillas de patata.
- Eso no parece muy grave.
- Pero es que a mí me gustan mucho las tortillas de patata, doctor.
- ¡Y a mí también, qué caramba!
- ¿Ah sí? ¿A usted también? Pues entonces, doctor, venga a mi casa: tengo armarios y armarios repletos de tortillas de patata.
Cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo, mata moscas, y los funcionarios son unos cabritos con lunares verdes y mucho tiempo libre. Así que cuentan el inocente chiste en clave de actualidad, que le dicen. En otras palabras, que con el Gobierno Zapatero ha habido una invasión de lesbianas en la Administración española, comúnmente conocidas como tortilleras. Ahora, al parecer, las secretarias de algunos altos cargos, que no altas cargas, tienen miedo de quedarse a solas, no con el jefe, sino con la jefa, a la que nadie podrá acusar de acoso sexual, porque el asunto no está convenientemente tipificado y, porque, caramba, estas cosas no ocurrían, no ya diez años atrás, sino unos pocos meses.
Y, al parecer, los armarios estaban a rebosar, porque todas ellas han salido al mismo tiempo y con ganas de venganza (por los 4.000 años de opresión heterosexual, supongo). Al final, en la Administración Zapatero parece hacerse realidad aquello de que el feminismo siempre acaba en lesbianismo.
El primer fruto, granado fruto de esta ocasión tortillera, ha sido el proyecto de Ley Integral sobre Violencia de Género. Empecemos por el final: se trata de una ley, de espíritu feminista y tortilleril, que acabará por producir el efecto contrario al defendido, es decir, más violencia de sexo (concepto aconsejado por la Academia) y más guerra de sexos.
Es una norma que no busca la justicia, sino la venganza. Servidor, como supongo muchos de ustedes, anda últimamente rodeado por amigos en trance de separación o divorcio (o ya separados y divorciados) y observa un curioso factor común: cuando es la mujer quien toma la iniciativa de separarse (algo cada vez más habitual), lo primero que hace para agilizar trámites y sacar más dinero (el divorcio, antes que nada, es un negocio, señores) es acusar al varón de malos tratos. Los abogados matrimonialistas (es decir, especialistas en cargarse matrimonios) aconsejan vivamente a sus pupilas que acudan a un centro de mujeres maltratadas. Un chollo, oiga.
Porque aunque sea mentira, siempre se podrá alegar aquello de la violencia psíquica. El ambiente político, judicial y cultural facilita mucho este tipo de mentiras y perjurios interesados. Por ejemplo, el diario El País es quien ha popularizado que el número de mujeres maltratadas no son 600.000, como dicen los estudios, sino dos millones. Ahora bien, para lograr la rentable situación de mujer maltratada bastaba, según tan profundos estudios, con que el varón humillara a la mujer. ¿Cómo? Pues, por ejemplo, no cediéndola el mejor sillón del salón para ver la tele. No es coña, era uno de los criterios de evaluación que dan lugar a tan "espantosas" estadísticas, que, a su vez, constituyen la exposición de motivos y la justificación del actual proyecto de ley… ligeramente tortilleril.
Naturalmente, no podía faltar la falsa campaña, el falso debate, especialmente en un Gobierno tan dado al diálogo como el del señor Rodríguez Zapatero y el señor Caldera, ministro de Trabajo, que cada vez se parece más a su guiñol. El falso debate, escenificado en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), consiste en advertir que la Ley sólo hace mención a las mujeres maltratadas, pero no a los varones maltratados. Y eso, claro, puede resultar inconstitucional, puede atentar contra la igualdad de los dos sexos ante la Ley (del tercero no se dice nada, porque en el mundo homosexual los malos tratos no existen, naturalmente).
Pues no. La verdad es que la Ley es una pantomima porque no va al origen de la violencia de género, preñada como está de feminismo tortilleril. El origen de la guerra de sexos es la trivialización del sexo, muy propio del progresismo, y el no querer ver la relación directa que existe entre la obscenidad reinante y la cosificación de la mujer, así como la relación entre los ataques a la familia y la guerra de sexos (la más absurda de las batallas contemporáneas).
Insisto, no es una ley, es una venganza de las lesbianas que han tomado el poder con la llegada de Zapatero a La Moncloa, y que se aprovechan del complejo eterno de la derecha, perdida en el laberinto de la discriminación positiva. Por supuesto, que la discriminación positiva, es decir, contrarrestar la discriminación a secas que pueda existir, es bonísimo. Pero una discriminación no se arregla con otra discriminación de signo opuesto, es decir, con una venganza. Y mucho menos con la ristra de embustes que se están propagando.
Eulogio López