Cuenta Chateaubriand en sus 'Memorias de Ultratumba', la crónica más brillante de la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que cuando llegó a Estados Unidos -huía de la Revolución Francesa- le llamó la  atención la diferente fisionomía arquitectónica que comenzaba a configurar las ciudades, según el credo religioso.

Habla, por ejemplo, de lo animada que era, como otras ciudades católicas, Baltimore, "en la que las costumbres de la sociedad guardaban  una gran afinidad con las costumbres de la sociedad europea". Y habla también de Filadelfia, que pone como ejemplo de ciudad protestante y "monótona". El escritor y filósofo francés hace a este respecto una observación interesante: "En general, lo que se echa de menos en las ciudades protestantes de los Estados Unidos son las grandes obras arquitectónicas: la Reforma, joven aún y que no ha hecho ningún sacrificio a la imaginación, raramente ha levantado esas cúpulas, esas naves aéreas, esas torres gemelas con que la antigua religión ha coronado Europa".

Chateaubriand acierta: la silueta de las ciudades y pueblos europeos quedó dibujada desde el cielo a la tierra, preservando las mayores alturas a las catedrales y templos. Era una sociedad cristiana y sin complejos de ningún tipo, y consciente, por tanto, de que la mayor gloria, aun en esos detalles, correspondía a Dios. Es verdad que la Reforma protestante supuso un freno en ese sentido, frente al esplendor estético que siguieron mostrando los países católicos del sur.

España está dibujada con la misma silueta de norte a sur. Hasta en el pueblo más remoto es siempre un templo el que corona las alturas. Esas catedrales dan la belleza que tienen a Barcelona, Cádiz, Pamplona, Oviedo, Salamanca o Alicante. Y también a todos los pueblos españoles. Es un hecho incuestionable. Sólo en las grandes ciudades asoman como monstruos esos nuevos edificios que desafían las nubes. Rompen el 'skyline' como un mal augurio y dejan atrás "esas cúpulas, esas naves aéreas, esas torres gemelas con que la antigua religión ha coronado Europa", a las que se refiere Chateaubriand.

El problema no está en la fisionomía católica de las ciudades y pueblos españoles, sino en la falta de fervor en el interior de muchos templos
Pero el principal problema de la católica España no está en la arquitectura católica -el patrimonio religioso está, de momento, a salvo-, sino en la falta de fervor del interior de los templos. Me lo comentaba ayer un buen amigo, que está encontrando problemas, en sus días de vacaciones, para ir, como acostumbra, todos los días a Misa en la provincia de Huelva. Sé de otros que no tienen ese problema, pero se ven obligados a 'soportar', para evitar desplazarse, liturgias que mueven todo menos su piedad. Y los hay, en fin, que no tienen ningún problema, ni de horarios de misas ni de fervor religioso.

Me impongo, por tanto, una mirada positiva, aunque no ingenua: los templos se vacían por falta de fe, por falta de sacerdotes santos y padres ejemplares y también por la moda imperante de menosprecio a lo sagrado. Pero sigue siendo esperanzador -y un motivo para la plegaria- ver todavía dibujadas en el horizonte esas siluetas que han dado tanta gloria a Dios, las mismas que llamaron la atención de Chateaubriand al llegar a Estados Unidos, "esas cúpulas, esas naves aéreas, esas torres gemelas con que la antigua religión ha coronado Europa".

Mariano Tomás

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