La fe auténtica de un creyente católico consecuente con ella es un bien común.
En la misa dominical se empapará de la predicación del sacerdote que pide -siguiendo las palabras de Jesucristo- obtendrá ayuda para tener limpieza de corazón, mansedumbre, trabajo desinteresado hacia los más necesitados, trabajar por la paz...
En cuanto a obras de caridad que revierten en el bien social, podrán auxiliar a inmigrantes, toxicómanos, prostitutas, ancianos, tanto personalmente, con su tiempo y esfuerzo, como económicamente.
Entre los católicos practicantes, comprometidos en su vida con el Evangelio es improbable que surjan maltratadores, violadores, pervertidos, ladrones o criminales de cualquier tipo. El católico aporta a su comunidad instrumentos morales eficaces para la convivencia ciudadana.
La contribución del cristianismo a la sociedad europea y sus valores es inmensa.
La ola de laicismo que envuelve el viejo continente pretende reformas legislativas para eliminar del espacio y pensamiento público lo religioso.
El laicismo excluyente se empezó a fraguar en el siglo XVIII, unido al anticlericalismo exacerbado y un rechazo ideológicamente sectario hacia todo lo que significa la Iglesia Católica y sus dos milenios de historia.
El culto, para el parecer laico se le debe al Estado y a las ideologías nihilistas. Estorba la voz interpeladora del Evangelio.
Alberto Heredia Fuensanta
herediafuensanta@yahoo.es