Justo hace unos días, el Papa insistía en la importancia de acoger a quienes huyen de esas situaciones
Lo que tiene la vida. Hace unos días el presidente Nicolas Sarkozy pedía con insistencia una intervención para proteger la vida de los civiles libios y para ello animó al bombardeo sobre las tropas de Gadafi. Como consecuencia de los bombardeos, tanto de las tropas de Gadafi como las de las OTAN, miles de hombres y mujeres han emprendido una huida que tiene a Lampedusa como refugio más cercano.
Italia también aprobó los ataques y ambos países, después de la invasión de inmigrantes, no quieren ser consecuentes con las acciones emprendidas: ahora quieren cambiar los Tratados de Schengen sobre libre circulación de las personas. ¿No habría sido mejor que antes de bombardear Libia, Francia hubiera pensado en las consecuencias? Si la respuesta es que Gadafi era un dictador, que lo era hace más de 30 años, pero parece ser que nadie lo había percibido hasta ahora, ¿por qué no se tiene la misma presteza para atacar Siria? Ambos han pedido más solidaridad a los países comunitarios.
Lo curioso es que hace apenas unos días el Santo Padre Benedicto XVI había invitado a que llegara "la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han visto obligados a dejar sus afectos más entrañables, que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos", pero parece ser su petición ha caído en saco roto.
Andrés Velázquez
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