"Psicólogos tranquilizándote, pero nada más". Lo dice la madre de uno de los escasos sobrevivientes quien, a pesar de ser una de las afortunadas, pedía, con toda razón, menos psicólogos y más información.

Al parecer, la única ayuda que la sociedad actual presta a quien le golpea la tragedia es un psicólogo. Nada tengo contra la psicología, pero sí contra la manía de que los psicólogos sean especialistas en todas las facetas del ser humano, y puedan otorgar la felicidad. Desde que la caridad, es decir, el amor a Dios, que conlleva esperanza, y el amor al prójimo. Y la psicología nunca podrá sustituir al amor.  

Una carta oportuna, la de Miguel Rivilla: sólo le hago una cariñosa reconvención: no, no hay ningún misterio para el cristiano en la muerte, está perfectamente explicada. Se que él lo sabe, pero a veces se deslizan locuciones; frases hechas que pueden dar lugar a confusión. La muerte no es más que la separación del alma del cuerpo, que volverán tarde al fin del mundo, el cuerpo en calidad de "glorioso", que no está mal. El alma es juzgada nada más morir y se va al Cielo, al Purgatorio o al Infierno. Eso es lo que dice Cristo y lo que dice la Iglesia. Te lo puedes creer o no, siempre que recordemos que Dios, el Cielo, el Infierno, los hechos, son o no son independientemente de nosotros creamos o no creamos en ellos.

Así que, tanto a los heridos de un accidente, como a los familiares, a lo mejor les hace más falta sacerdotes que psicólogos, oraciones antes que palmadas en el hombro.

Porque el ser humano vive de esperanza.