"Se gobierna desde Moncloa, no desde el partido", dijo Felipe González en la reunión de la Comisión Ejecutiva del Partido celebrada el viernes 26. Sin embargo, alguno no se ha enterado del 'gonzalino' consejo y ahí entramos en la primera división interna de la era Zapatero. Nada preocupante, porque, cuando hay cargos para repartir, los trapos sucios se lavan en casa.
Y es verdad que Zapatero, más conocido como Mr. Bean, intentará hacer oídos sordos de esa división mientras pueda. Lo cierto es que el vicepresidente económico, Pedro Solbes, quien exigió a Zapatero todo el poder económico para aceptar el cargo, el mismo que se ha enfrentado en Bruselas a Francia y Alemania por no cumplir el Pacto de Estabilidad (en otras palabras, por no cumplir con las exigencias de control de déficit), es decir, que cree en la política de déficit cero conseguido por el dúo Rato-Montoro, se topaba el lunes 29 con un secretario de Organización del PSOE, Pepiño Blanco, que le enviaba un mensaje a través de las páginas del diario El Mundo: Según Blanco, la promesa electoral del PSOE de mantener el déficit público cero debe entenderse como objetivo para el final de la legislatura (es decir, para nunca) y subordinarse al aumento de gasto en vivienda, educación y seguridad. Otra vez, el partido contra el Gobierno.
Y es que Zapatero, cuyo mensaje como ganador ha sido el de la humildad y la verdad, se enfrenta al hecho de que ni él mismo creía en su propio triunfo; al hecho de que, en resumen, es presidente gracias a la salvajada del 11 de marzo. El nuevo presidente manifiesta que respeta todas las interpretaciones del 11-M, menos ésta: la que presenta a un pueblo español que votó acobardado. Pero eso sólo significa que el nuevo inquilino de La Moncloa está jugando con el matiz.
Veamos: más que acobardado, el pueblo español votó cabreado, pero con un acendrado Síndrome de Estocolmo encima. Zapatero es presidente gracias al 11-M, gracias a Ben Laden. Y negar eso no es indecente (la indecencia es otra cosa): es una mentira. Simplemente, el 11 de marzo el PSOE perdía las elecciones, el 14 de marzo las ganaba. Se lo decimos desde estas pantallas de Hispanidad.com, con la fuerza moral que nos permite haber sido el primer medio informativo, bastante antes que el grupo Prisa, a quien la verdad le importaba menos que las consecuencias de la misma, en apostar por la autoría de Al Qaeda, algo que beneficiaba electoralmente al PSOE.
Y la otra mentira de Zapatero, germen de enfrentamientos internos futuros en el PSOE, es ésa: el pueblo español no votó atemorizado, más bien votó conmocionado, pero sí que ha sufrido el Síndrome de Estocolmo. Tres millones de votantes se volvieron contra Aznar (quien, en efecto, nos metió en una guerra injusta), en lugar de volverse contra Ben Laden y el nebuloso mundo del fundamentalismo islámico. Odian a Aznar porque es más fácil odiar a Aznar, que tienen a mano (como el hombre que increpó al todavía presidente en funciones en la catedral de la Almudena), que a Ben Laden, que parece un personaje fantasmal y, desde luego, lejano. Y piensan, o al menos en su subconsciente creen, que Aznar es más responsable porque si no hubiese apoyado a Bush, Ben Laden nos hubiera dejado en paz. Eso no se sabe si es cobardía, pero se le parece mucho.
Y lo más grave no es que usted sea presidente gracias a Ben Laden, porque ha ganado y no hay más que hablar, ni tan siquiera que se ponga en solfa el coraje del pueblo español (sinceramente, es lógico ponerlo), sino el mensaje que el pueblo español ha lanzado al mundo con su triunfo: el terrorismo funciona. Fuimos también los primeros en recordarlo y hoy ya lo repite todo el mundo: lo más triste del 11-M, con la excepción de la muerte de tantos inocentes, es que los terroristas están felices con lo conseguido en Madrid. Ahora saben que si asesinan a varias decenas de inocentes en Occidente, pueden cambiar gobiernos y hacer que Occidente se arrodille. Por ejemplo, pueden conseguir que Zapatero retire a los 1.300 efectivos españoles destinados a Iraq.
Por cierto, Felipe González ha recordado al PSOE que deben ganar las elecciones europeas del 13 de junio, precisamente para no ahondar en la idea de que Zapatero es presidente gracias al 11-M: "A este toro hay que pararlo", advirtió González ante los cuadros dirigentes del partido, lo que deja dudas sobre lo que el ex presidente quería decir y de lo que el ex presidente más teme.
Es cierto que la guerra de Iraq fue injusta y no querida por el pueblo español, pero, probablemente, a esta alturas, cuando tanta sangre ha costado la posible (sólo posible) democratización de Iraq, más bien la alternativa sería la opuesta: no tocar la tropas.
Por lo demás, la disparidad entre Solbes y Blanco da a entender el problema eterno de un gobernante llegado a la cumbre casi sin querer: toda la demagogia vertida por los socialistas durante la campaña se contempla ahora como de imposible cumplimiento. Y entonces hay que recurrir a la mentira. Entre Solbes y Blanco existe el mismo abismo que entre el aparato del PSOE y lo que se perfila como Gabinete Zapatero.
El diario El País, otra servidumbre del 'zapaterismo', ha dejado claro cuál es su opción en uno de sus recientes editoriales: "El diagnóstico sobre la política económica que debe desarrollar el Gobierno socialista disfruta de amplio acuerdo entre los economistas, ex ministros de Economía y agentes económicos. Por una parte, se pide a los nuevos responsables económicos que mantengan el objetivo de estabilidad presupuestaria, puesto que se entiende que el principio de austeridad en las cuentas públicas es un instrumento eficiente, en realidad uno de los pocos disponibles, para frenar la inflación. La incorporación de Pedro Solbes como vicepresidente y ministro de Economía al Gobierno de Zapatero parece garantía de esta condición. Solbes fue el ministro de Economía que, durante el último Gobierno de Felipe González, inició la consolidación de las cuentas públicas, que después se ha prolongado durante las dos legislaturas con Aznar".
O sea, que ya está claro: El País ha optado por Solbes, no por Pepiño.
Todos sabemos que Zapatero no puede desobedecer a Jesús Polanco. Ahora bien, si opta por Solbes y Polanco, es decir, si no cumple sus promesas electorales (por ejemplo, subir el salario mínimo hasta los 600 euros al mes), entonces alguien podría pasarle factura. En cuatro años, el cabreo contra el PP por la guerra de Iraq podría haberse olvidado.