Dos fiestas hay de especial alegría en el Cristianismo: la Navidad y la Pascua de Resurrección, seguidas, ambas, de su octava.
El Cristianismo es religión alegre: la cruz es algo pasajero, como una anécdota necesaria para la resurrección. Los cristianos sabemos que hay que pasar por la muerte, pero que si hemos vivido con coherencia nuestra fe, se trata sólo de un paso que conduce a una eternidad feliz.
Desde niña, disfruto mucho el Domingo de Resurrección. Es común en muchos pueblos de España, la procesión de la imagen del Resucitado con la de su Madre Santísima. En la plaza, espera la Virgen con su manto de luto, hasta que aparece el Resucitado. En ese momento, se sueltan golondrinas, se disparan salvas y corren, ellos y ellas, con las respectivas imágenes en andas, como para un abrazo, y a la Virgen le quitan su manto negro y se la ve guapísima con otro blanco bordado en amarillo oro.
Todo ello es símbolo de la alegría cristiana por la Resurrección de Aquel que es el Amor y la Vida. En esa Resurrección radica nuestra esperanza. Por eso, en la lápida del sepulcro de mi padre, mandé inscribir estas palabras del Evangelio: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá." (Juan, 11, 25-26).
J. R. Garlito