El Gobierno socialista, el primer partido de la oposición, la patronal, el Banco de España y los institutos de estudios económicos aconsejan y exigen moderación salarial. Los sindicatos callan, ergo otorgan. La moderación salarial es la clave del crecimiento, del futuro económico, y de un montón de cosas más. No podemos permitir, simplemente no podemos, que todo lo conseguido se vaya al garete por un egoísmo desaforado de quienes quieren ven cómo les pagan más cada día que pasa. Insaciables proletarios, a fuerza de insensatos, dado que no son conscientes de lo que se nos viene encima si se empeñan en cobrar, más y más, cada día que pasa.

Un estudio privado anticipa que durante el presente año los salarios han subido en España un 4,3%. Los malvados deslizamientos, las pérfidas cláusulas de salvaguarda y otros trucos sindicales, sin duda productos del viejo marxismo redivivo, dislocan un salario justamente adecuado a la perspectiva de inflación, que aunque nunca se cumpla tampoco es para depreciarla.

Mientras tanto, el presidente de la Bolsa de Madrid, don Antonio Zoido, en su tradicional discurso de Navidad, nos recuerda que, hasta septiembre, el beneficio neto (los salarios se miden en términos brutos) de las empresas españolas que cotizan en bolsa aumentaron un escuálido 21%. Y claro, así no hay manera de crecer. 

El sueldo mínimo en España ronda los 460 euros pero, como he oído en algún periódico, eso sólo lo cobran algo más de 500.000 personas. Considerando que habitamos un país con una población activa de 16 millones de personas y que el salario mínimo condiciona los sueldos bajos de otro millón de asalariados, todo esto nos lleva a que el salario medio continúa ligeramente estancado en los 1.300 euros, que no deja de ser poco más del 60% de los alemanes.

Ahora bien, todo aquel que se atreva a comparar el 21% de crecimiento del excedente empresarial con el 4,3% de crecimiento de los salarios no es más que un peligroso demagogo, incapacitado, por demás, para analizar los profundos secretos de la ciencia económica. O a lo mejor,  un obrero insaciable.

Eulogio López