Fue genial. Zapatero se fue a Francia para tomar su día de gloria. En la mejor tradición de la francmasonería, que por algo es francesa, ofreció al enemigo secular un pacto de fraternidad. Pero como los duendes de imprenta se han mudado a la televisión, en el telediario estrella de Tele 5 (segunda edición, del pasado martes 1) apareció un cartel sobreimpresionado, de esos que la tele pone para grabar consignas en las mentes no especialmente preclaras, que rezaba: Zapatero ofrece un pacto de fidelidad. Lo de fraternidad suena a Ilustración francesa pasada, purificada por la guillotina, pero lo de fidelidad sonaba a puro servilismo ante Francia, que, después de todo, no es otra cosa lo que está haciendo el Gobierno español. Pero no, fue una errata: era pacto de fraternidad, que no de fidelidad.
Especialmente, los franceses desean que la fraternidad franco-española se concrete en una fidelidad sureña al gigante del norte a la hora de deshacer todo el tejido industrial español. Así, 24 horas después, el vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, planteaba el certificado de defunción de los astilleros públicos IZAR con la inauguración de la nueva Sociedad de Construcción Naval. En definitiva, despedir a 4.500 trabajadores de Astilleros (casi la mitad de la plantilla) por cobrar subvenciones públicas para subsistir... que es lo que hace un buen número de multinacionales francesas, tanto públicas (EDF, Gaz de France, etc) como privadas (France Telecom, Alstom, Bull, etc).
Hay que repetir la máxima del fallecido Julio Cerón: las erratas siempre mejoran los contenidos. En efecto, la cachondeable puesta en escena de nuestro Zapatero ante la Asamblea Nacional francesa es fidelidad y no fraternidad, pero, al mismo tiempo, revela la Europa francmasónica que estamos construyendo, que no por masona deja de ser nacionalista. Francia está dispuesta a hermanarse con España, siempre que España favorezca los intereses franceses. Porque la fraternidad masónica no es universal, sino francesa (o británica, que por eso se llevan tan mal las logias francmasónicas continentales y las insulares, sea de tiro escocés o británico). Buena parte de la clase política francesa, tanto Chirac como Jospin, por poner dos ejemplos de derecha e izquierda, y toda la masonería, persigue conseguir el Gobierno Mundial, sí, pero no la sociedad global, que todavía hay clases. Y no olvidemos que la masonería francesa es hija, o prima hermana, de la Ilustración y que el grito completo de los revolucionarios ilustrados galos era: ¡Libertad, igualdad y fraternidad, o muerte!.
En cualquier caso, la fraternidad de nuestro tontorrón Zapatero representa, además, la vieja contradicción de la modernidad progre. La modernidad lleva dos siglos largos intentado expulsar a Dios de la vida pública para sustituir a un ser por un concepto (sustitución siempre frustrante, porque son los seres, no las cuestiones, las que consuelan al hombre). Para Zapatero y para sus amigos franceses, no hay Dios padre. En pocas palabras: si no hay Dios-padre, a lo sumo hay un Dios-arquitecto, un Dios-relojero, frío, distante, indiferente como el enorme vacío del cosmos, ¿de qué sirve la fraternidad? Es más, los hermanos sólo son hermanos cuando tienen padre común. Si no, son hijos de padre desconocido, que significa justamente eso que está usted pensando. Es más, al parecer, el único que no lo piensa es Zapatero. Además, ya lo dijo el genial, aunque sectario, Forges, cuando hablaba de nuestros hermanos lusos y nuestros cuñados franceses.
Eulogio López