De profesión, cura. Es el título de un libro escrito por un sacerdote poco especial con un nombre muy poco especial: Jorge González. No es un libro especial ni está escrito por un clérigo especial. Párroco desde hace más de 30 años, en poblaciones de la periferia madrileña y en pueblos de la provincia de Madrid. Diocesano de a pie, al parecer no adscrito a movimiento ni congregación alguna. Vamos, un cura de Rouco (en la imagen) y sólo porque Rouco es obispo de Madrid. Un cura, el párroco González, que no tiene el menor rubor en reconocer, y ahondar en la idea, que la cantidad y la pobreza son votos -o compromisos, en el caso de un cura diocesano- de cumplimiento fácil, comparado con el otro, el muro casi infranqueable, del voto de obediencia.
Los lectores de Hispanidad ya saben lo que pienso de los vaticanólogos: son peores que los antiguos kreminólogos: no aciertan ni queriendo. Pues bien, ahora veo a vaticanólogos y curiólogos -ya saben, expertos en la curia- tratar al arzobispo de Madrid como un 'pato cojo'. Que si el Papa Francisco no le cae bien, que si está con un pie fuera, que ya nadie le obedece, que prepara su salida, no sólo del obispado de Madrid sino también de la Presidencia de la Conferencia Episcopal.
Lo más sangrante es que algunos de esos comentarios proceden de gente que le debe todo a él, al menos sus cargos en la precitada curia… madrileña, su carrera eclesiástica. Y cuando hablo de carrera eclesiástica me refiero también a esos seglares que viven de la Iglesia.
A alguien debería caérsele la cara de vergüenza. Aunque también es verdad que contemplando la ingratitud de cierta clerecía -nada que ver con el párroco González- el fiel encuentra motivos firmes para ratificarse en que la Iglesia Católica es la verdadera y el Espíritu Santo le asiste de forma directa y continua, dado que es la única institución que ha sobrevivido a la caída de imperios y civilizaciones durante más de 2.000 años. No cabe duda: es divina.
O como le respondió el Papa Pío VI a Napoleón, cuando el Emperador le amenazó con destruir a la Iglesia. "Imposible, excelencia -respondió el prisionero- ni nosotros mismos lo hemos conseguido".
Dejemos en paz a Rouco y no pensamos en lo que la Iglesia puede hacer por nosotros sino en lo que nosotros podemos hacer por la Iglesia. O también: no pienses en lo que Rouco puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer tu obispo, aunque le quede poco tiempo.
Eulogio López
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