Dice Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, en entrevista para La Gaceta, que las religiones han asumido la defensa de los grandes valores. Esto es importante porque Ramonet es un francés (de origen hispano, pero francés) y todo lo francés llega a España con cinco años de retraso, pero llega. Y eso es como decirle a un padre que se parece a su bebé como dos gotas de agua, es como si afirmáramos que el Monasterio del Escorial se parece a una fotografía aparecida en el Hola.
Naturalmente, cuando los intelectuales hablan de las religiones se están refiriendo al Cristianismo, que es a quien hay que poner como no digan dueñas. Si se refirieran al conjunto de creencias más generalizadas, entonces hablarían de culturas, un concepto mucho más prestigiado entre la progresía. La religión es esa herrumbre dogmática y alienadora llamada Iglesia Católica, mientras que, por ejemplo, la cultura islámica es ese horizonte desconocido que el occidental debe esforzarse en comprender.
En cualquier caso, esto es lo bueno de ser un intelectual, que puedes decir cualquier chorrada sin que nadie te obligue a argumentarlo. Los verdaderos intelectuales son como Ramonet: lo dicen todo en epigramas, en titulares. Días atrás, el diario El País afirmaba algo muy similar. Comentando la victoria de Bush, nuestros intelectuales polanquiles concluían que el profundo, casi pueril, error de los conservadores eran pensar que sus valores eran inmutables. Y suele pasar: si son valores, son inmutables, y si no son inmutables no son valores. Ramonet, que, al revés que El País, no necesita preocuparse por mantener a ZP en La Moncloa, ha avanzado un paso más que El País, y considera que las religiones, esto es, el Cristianismo, merecen un indulgente aprobado, porque han asumido los grandes valores. Y cita tres de estos valores: Respeto por la vida, honestidad e integridad. O sea, los valores que, tras 2.000 años de pelea contra la vida, la honestidad (supongo que quería decir honradez) e integridad, la Iglesia romana ha acabado por aceptar, si bien a regañadientes. No exagero, escúchenlo en las propias palabras del amigo Ramonet: Nos guste o no, las religiones -el Cristianismo, como creo haber dicho antes- han asumido la defensa de los grandes valores. A él no le gusta mucho, pero, siempre tolerante, Ramonet está dispuesto a dar una oportunidad a los curas.
Ramonet nos explica que (y vuelve a poner el carro antes que los bueyes) la democracia no es un régimen, sino un objetivo. Este hombre debe tener un problema con los ordinales. Y así, se permite concluir que Cuba es el país menos imperfecto de su entorno geográfico y el que proporciona a los ciudadanos muchos más derechos de los que pensamos. Es más, concluye que en Cuba no existe represión no hay libertad política pero sí otro tipo de libertades. Me pregunto si en sus visitas al país, Ramonet habrá salido de los hoteles de cinco estrellas.
Más sones de Cuba. Por ejemplo, nos asegura el ideólogo de Le Monde Diplomatique que es difícil encontrar en el Caribe una ciudad tan segura como La Habana. En la misma línea, otro ínclito progresista, como el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, nos informaba días atrás de que antes de la invasión norteamericana, en Iraq no había terroristas. Ahora sí los hay. Las luces de la progresía intelectual brillan cada vez más alto, iluminan el firmamento entero. No sé si lo cogen: En La Habana, no hay delincuencia. La verdad es que sí la hay, entre otras cosas porque, salvo un par de calles (la de los hoteles para turistas occidentales), el resto de la ciudad se sumerge en la oscuridad a la salida del sol, pero una cosa es cierta: mejor que tu delito quede impune. Ya lo decía Felipe González, que era progresista pero no intelectual, lo que le permitía practicar el olvidado vicio de pensar: Prefiero morir apuñalado en Nueva York que de aburrimiento en Moscú. (Ahora, el mundo se ha globalizado tanto que cualquiera puede morir apuñalado en Moscú y de pereza en Nueva York).
Y la afirmación de Ramonet es muy cierta, a ver quién era el guapo que se atrevía a meterse a terrorista con Sadam. Con el amigo Husein el monopolio del terrorismo lo tenía el Gobierno. El orden en las calles era impresionante.
Claro que, a lo mejor, hay que recordar la frase de Juan Pablo II: No hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón. Pero Ramonet lo tiene clarísimo : esa frase significa que las religiones han asumido la defensa de los grandes valores. Como dirían en mi Oviedo natal: ¡Ye un monstruo, oh!
Con los progres en el poder, tengo la sensación de que estamos en buenas manos. A la postre, el credo de Ramonet olvida los dos primeros mandamientos de la cuestión pública: no puede haber democracia sin Cristianismo, como no puede haber ética sin moral. Lo primero es un castillo de arena, lo segundo es un castillo de naipes. Y ambas figuras suelen durar tanto como la buena solidaridad progresista.
Eulogio López