Es muy divertido. Últimamente, los ejecutivos de las compañías eléctricas caminan con gafas negras por el madrileño Paseo de la Castellana cuando se dirigen al Ministerio de Industria. Allí, siempre en voz baja, se les informa de las maravillas del Libro Blanco de la Energía, obra del insigne estudioso Ignacio Pérez Arriaga. Desde que se celebran estas reuniones, las últimas el pasado lunes 8, ya los hay en el sector que están convencidos de que el Libro Blanco no está en blanco, lo que les ha llenado de íntima satisfacción. Por ejemplo, ya saben que el Libro Blanco dice que es conveniente liberalizar la tarifa, porque con mucha calma, sin provocar alharacas, poco a poco, cuando el Gobierno considere que el asunto ha madurado. Es decir, nunca jamás. También saben que puede quedar fuera de la tarifa la hidraulicidad y la energía nuclear, lo que ha cabreado un pelín al consejero delegado de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán.
Pero todos saben, y que no salga de la provincia, que el Gobierno también se tomará con mucha calma los consejos ofrecidos por el Libro Blanco. Por ejemplo, el Ejecutivo ya ha prometido que hasta noviembre no se tomarán medidas, y que las compañías tendrán mucho tiempo para dialogar (ya saben: cuando en política no se sabe qué hacer: diálogo, mucho diálogo), debatir, proponer, etc.
Y así, quizás, sólo quizás, a fin de año se abordará el Libro Blanco la nueva tarifa que por supuesto, seguirá controlada por el Estado.
Porque apresurarse, queridos amigos, a nada conduce.