¡Qué tiempos aquellos, cuando José María Ruiz Jiménez, Javier Rupérez y Gregorio Peces-Barba discutían sobre Jacques Maritain y Tharlard de Chardin! ¡Qué tiempos aquellos, cuando sesudos cerebros se estrujaban las meninges para descubrir secretos ocultos en la Epístola de San Pablo a los Hebreos, o en el Apocalipsis, en Habacuc! ¡Tesoros donde se demostraban, fehacientemente, que el profeta Oseas ya había prefigurado el marxismo leninismo y condenado el fascismo en aquellos lejanos tiempos! ¡Cuánta maravilla surgida de aquellos cristianos comprometidos! Tan comprometidos que una vez que  se comprometieron con el coche oficial no lo soltaron ni por el mismísimo Rhaner, oiga usted.

Y todo esto es bello e instructivo. Hay que repetirlo. Todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un hombre feminista. Y todavía hay algo más tonto que un varón feminista: un católico progre. Pues bien, el último mohicano de aquella gloriosa generación de católicos progresistas, que Dios guarde, es nada menos que el Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo (no para todas, de acuerdo, pero en ello andamos), don Gregorio Peces-Barba, hoy dedicado a la nobilísima tarea de la laicidad (él que siempre quiso ser cardenal), y asesorar a ese joven retoño que, por una más o menos simpática broma de la Historia, ha llegado a presidente del Gobierno.

En los ratos que le deja libre el Rectorado de la Universidad pública, donde ha nombrado a dedo a todo el claustro (aunque eso sí, se trata de un dedo democrático), don Gregorio elabora un manual de laicidad para Mr. Bean, más conocido como ZP. Nuestro juramentado héroe, don Goyo, no ZP, hombre de costumbres pacíficas y laboriosidad probada, se ha puesto manos a la obra. La gravedad de la situación lo demanda. Los curas, para qué ocultarlo, están desatados, quizás porque en su día, la clerecía se negó a otorgarle a don Goyo, al menos algún obispado menor.

Hablamos de un hombre inteligente y capacísimo. Pero su vademécum sobre la laicidad no se dirige hacia la libertad religiosa, que, naturalmente, el señor rector defiende con denuedo, sino contra los excesos de la Iglesia en el culto, especialmente en el culto público en una sociedad democrática. O sea, que uno puede ser católico, sí, más que nada porque no hay modo de impedirlo, pero lo que no puedes es decirlo, porque entonces estamos pasando de la admisible libertad de religión a la provocadora de exhibicionismo público. Y eso no es democrático.

En Francia, comenzaron prohibiendo el velo en las escuelas públicas, pero don Gregorio está mucho más interesado, por ejemplo, en prohibir las procesiones de Semana Santa, las romerías a la Virgen, o, si cuela, las sotanas en las calles.

A fin de cuentas, no nos engañemos, los marxistas ya decían que la crítica de todas las críticas es la crítica de la religión. A lo que aspiraba el marxismo no era a la sociedad sin clases, sino a la sociedad sin Dios. Dios fuera de las calles, dado que no podemos echarlo del corazón humano. Así que la receta para los cristianos está clara: hoy no sólo hay que ejercer de cristianos, hay que ser, incluso, un pelín exhibicionista.

Eulogio López