Es decir, fue recapitalizado -no pierdan de vista este apasionante concepto- y, a renglón seguido, se lanzó a comprar bonos griegos y otros activos rentabilísimos… que hoy no valen en el mercado secundario ni la cuarta parte de lo que presumían los directivos de Dexia.
Uno pensaría que Merkel y Sarkozy, o el mismo Aznar, que pretende un salvamento bancario paneuropeo, dirían: ¡Nunca más! Ni un euro más. Si Dexia ha invertido mal y se ha metido en un nuevo lío es cosa suya y de quienes han depositado su confianza y sus euros en banqueros tan negligentes -y/o chorizos-, no del conjunto de los europeos, quienes no tienen por qué pagar con su dinero las pérdidas en la que hayan incurrido.
Y ya puestos a suponer, ante la quiebra de Dexia, uno supondría que Angela Merkel y Nicolas Sarkozy se apresurarían a influir en el todopoderoso Banco Internacional de Pagos de Basilea (para entendernos, el banco central de los bancos centrales) para que el criterio fundamental impuesto a toda la comunidad bancaria internacional, mundial para medir su solvencia, no sea el de los recursos propios sino una adecuada gestión de sus activos. Es decir, que un banco capitalizado no es un banco bueno, sólo es un banco grande. Banco bueno es el que tiene poca morosidad.
Por último, uno esperaría que Merkel y Sarkozy optaran por cambiar la ponderación de dichos recursos. En definitiva, dejarían de penalizar la inversión de los bancos en sus propias industrias y en el crédito a familias y empresas, dejarían de semiforzar a los bancos a emplear el dinero de sus clientes en deuda pública… que es lo que ha llevado a Dexia al agujero.
Pero no, miren por dónde. Sarkozy, en lugar de acompañar a su señora, la bellísima Carla Bruni, a punto de dar a luz, se ha ido a Berlín a charlar con la canciller alemana y han decidido siguiendo las órdenes del rey de la especulación financiera, Barack Obama, que hay que salvar a los bancos europeos por segunda vez en tres años. Y saben: comer, rascar y sanear, todo es empezar. Es decir, que por exigencias del imperio del capitalismo financiero, dos países, dos políticos, imponen su ley de hierro a toda la zona euro -17 estados-, y, por extensión, a toda la Unión Europea (27).
Exigen, nada menos, que modificar los tratados europeos. Una especie de banco de bancos, es decir, dinero de todos nosotros, para cubrir las posibles pérdidas de los ricos. Naturalmente, como no hay libertad sin responsabilidad, se admiten apuestas: en tres años habrá que volver a salvar a los bancos una vez más.
Con ello, al mismo tiempo, continuará aumentando la burbuja financiera, la especulación y el apalancamiento. Cada día seremos más pobres pero, eso sí, habremos salvado a los pobres banqueros e intermediarios de los mercados financieros.
La alternativa no es otra que la justicia. Es decir, si un banco está quebrado hay que dejarlo quebrar: salvar a los depositantes y dejar quebrar a los inversores. Y dedicar los fondos que se dedican a salvar a banqueros y políticos irresponsables a reducir impuestos y promocionar la propiedad privada, especialmente la pequeña propiedad privada. Y han tenido la delicadeza de alcanzar un acuerdo -"histórico", por supuesto- en la semana dedicada a la pobreza en el mundo. Especialísima colaboración contra el hambre, a fe mía. Por cierto, el acuerdo franco–alemán sí que debería provocar un 15-M, el primer 15-M, el de la protesta contra la miseria que genera la especulación financiera. Es decir, del movimiento que no fue corrompido por la progresía a las 72 horas de nacer, el primer 15-M.
¿Saben cuál es el único problema de Occidente? Sus políticos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com