Es el concepto maravilloso que la canciller Angela Merkel ha puesto de moda en Europa. Hasta el ministro de Trabajo, el sindicalista Valeriano Gómez, ha cedido. Esta conversión de la izquierda a los salarios de subsistencia, verdadero sadismo económico, no deja de sorprenderme. Ya me columbraba yo que ya no quedaban izquierdistas, sólo progresistas, triste derivación, pero continúa asombrándome la ferocidad de los conversos.
Sólo dos pegas ante el nuevo postulado de moda. En primer lugar, ¿qué es la productividad? Oiga, y ya puestos, ¿cómo medirla? Porque el capitalismo parece haber logrado otra victoria sobre el socialismo: la medición económica según los patrones del materialismo más ordinario. Por ejemplo, ¿cómo medir la productividad de un catedrático universitario dedicado a investigar el Quijote? ¿Y la de un filósofo? ¿Y la de un poeta?
Otrosí: ¿Cómo podemos valorar la amabilidad en la atención al cliente, pieza clave de los resultados de una empresa y que las más de las veces conlleva pérdidas de tiempo y de trabajo?
Y más, ¿cómo comparamos la productividad del obrero de una cadena de montaje con la de un ingeniero aeronáutico que se pasa horas o días, hasta encontrar el fallo provocado en un avión? ¿Cómo valoramos la productividad de un fisioterapeuta? ¿Y la de un conferenciante? Por cierto, Einstein habría obtenido una productividad lamentable con su teoría general de la Relatividad. Pasó mucho tiempo antes de que alguien le encontrara una utilidad.
La segunda pega a tan formidable y vanguardista procedimiento para fijar salarios resulta menos estructural y más coyuntural. En España, por si no lo sabían (¿No leen Hispanidad, eh?), se cobra menos que en Europa, especialmente porque nos estamos convirtiendo en un páramo industrial y nos dedicamos a importar los productos con mayor valor añadido. ¿Vamos a homologar el método para calcular el salario con países de nuestro entorno donde, como Reino Unido, Alemania u Holanda cobran el doble que nosotros? Y aunque hablemos de porcentajes relativos de subida y no de cifras absolutas, ¿cuánto tardaríamos en homologar los salarios españoles con Europa, habida cuenta de que, desde la entrada del euro, sí hemos homologado el coste de la vida pero no los sueldos?
Se me olvidaba una tercera pega: ¿quién mide la productividad? ¿El Estado, la gran patronal en colaboración con los sindicatos, el patrón, el propio trabajador?
El sistema vigente, que aumenta los salarios según el IPC, no es tan malo. Se parece más a la doctrina social de la Iglesia sobre el salario digno. Decir que las subidas salariales provocan inflación es tanto como reconocer que las ganancias de productividad se hacen a costa del trabajador, es decir, de la pieza más débil del entramado. Porque digo yo que puestos a competir apurando en costes, habrá otros costes que reducir además de los salariales. ¿O es esto lo que se pretende?
Miren ustedes, España tiene dos problemas económicos: el primero es el paro, el segundo los bajos salarios. Una economía basada en los salarios de subsistencia para competir con el mundo significa la mundialización de la explotación laboral. Es decir, el modelo chino.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com