Al final, quien posee la fe no puede guardarla para sí. Necesita pregonarla a los cuatro vientos. Es la secuencia lógica del hombre y de la humanidad. Lo ilógico sería que se la guardara para sí. La encíclica Lumen Fidei menciona el texto del Evangelio donde el afortunado pregona la alegría de su fe como algo natural, que le sale del alma. En resumen, que lo natural es la evangelización, por más que muchos hoy lo consideren perverso proselitismo.

Y a todo esto, seamos prácticos, como nos gusta ser, o decir que lo somos, porque nada hay más práctico que una buena teoría, a los hombres del siglo XXI: ¿para qué nos sirve la fe Pues nos sirve nada menos que para recuperar la dignidad del hombre, señor del Cosmos: "¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo.

En el siglo II, el pagano Celso reprochaba a los cristianos lo que le parecía una ilusión y un engaño: pensar que Dios hubiera creado el mundo para el hombre, poniéndolo en la cima de todo el cosmos.

Se preguntaba: '¿Por qué pretender que [la hierba] crezca para los hombres, y no mejor para los animales salvajes e irracionales'. 'Si miramos la tierra desde el cielo, ¿qué diferencia hay entre nuestras ocupaciones y lo que hacen las hormigas y las abejas'.

En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo.

Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites".

El colofón de la encíclica pone como ejemplo de fe, en el año de la fe, y como no podía ser de otra forma, a María: "En María, Hija de Sión, se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva.

En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres. San Justino, mártir, en su Diálogo con Trifón, tiene una hermosa expresión, en la que dice que María, al aceptar el mensaje del Ángel, concibió 'fe y alegría'.

En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo[50] .

Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado".

Eulogio López

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