Todos tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio, de subir a la montaña, para reencontrarnos con nosotros mismos y escuchar mejor la voz de Dios, pero no podemos quedarnos ahí.
El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a "bajar de la montaña" y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. Hemos de gastarnos y desgastarnos por ellos, pero teniendo en cuenta que sin la experiencia de Dios, sin que nuestro corazón haya sido consolado, sin haber subido a la montaña, será imposible que nosotros podamos consolar adecuadamente a otros.
Es una forma sencilla, pero muy gráfica, de explicar la experiencia misma de la fe; la misión de anunciar con alegría el Evangelio, que concierne a toda la Iglesia. Nada de quedarse arriba, hay que bajar de la montaña, sumergirnos en medio de las necesidades del Pueblo de Dios, acercándonos a todos con afecto y ternura, especialmente a los más débiles y pequeños, a los últimos.
Pero tampoco nada de quedarse abajo, atareados, sin subir a la cima, porque para cumplir con alegría, disponibilidad y eficacia la tarea necesitamos el encuentro personal con Cristo y las oraciones de toda la comunidad.
Juan García