En vísperas del 1 de mayo, Día del Trabajo, Ségolène Royal ha pedido un salario mínimo interprofesional, el mismo para todos los miembros de la Unión Europea. Bueno, no ha quedado muy claro si se trataba de un salario mínimo homologado para Eurolandia, para los Europa de los 15 o para la Europa de los 27. Esto último es más complicado, y para ello sólo hay que reparar en que España cuenta con el salario mínimo más bajo de los 15, mientras que tanto su SMI como su salario medio, entre los 27 países que ya componen la Unión Europea quedaría en un nivel intermedio.
Pero la homologación de los 27 no es demasiado, sino que se queda corto. A lo que hay que tender es al salario mínimo interprofesional a nivel mundial. No se trata de que todo el mundo cobre lo mismo, porque eso sería otra injusticia, desde hace mucho tiempo conocido cono la igualdad de los desiguales. De lo que se trata es que el salario mínimo -no el medio- marque un umbral de dignidad de vida que, además, sea elevado a condición ‘sine qua non' para participar en el comercio mundial abierto. Porque la globalización es buena siempre que no suponga la mencionada igualdad de los desiguales.
Royal quiere que un mismo salario mínimo es necesario para evitar la deslocalización. Así es, pero no sólo para eso: el salario mínimo homologado –al alza, se entiende- constituye la condición primera de la justicia social en el mundo del siglo XXI.
Al mismo tiempo, en la mañana del lunes (ver Hispanidad Radio y TV), el secretario general de UGT, el socialista Cándido Méndez, recordaba en Televisión Española que el español., especialmente el joven, cobra salarios bajos y soporta empleo precario. Ahora bien, lo que no se entiende es que Royal pida en Francia (con un salario mínimo que casi dobla el español de 570 euros brutos al mes) homologación de salarios mientras el señor Méndez firma –acaba de hacerlo, una vez más- subidas de salarios según IPC, que se sabe no se cumplen jamás. Pero claro, es que ahora gobiernan los suyos, los socialistas.
Eulogio López