Este era el famoso apodo al que aludía el muy monárquico Alfonso Ussía en su reciente y duro artículo contra la boda de SAR Felipe De Borbón y doña Letizia Ortiz Rocasolano. Y es, en efecto, el remoquete con el que muchos amigos de su futuro esposo y, en general, en círculos monárquicos, conocen a la futura Reina de España. En los círculos monárquicos y en los económicos, porque, para qué vamos a engañarnos, la ex periodista de televisión no cae bien, resulta antipática a la gran mayoría del país. No se puede respaldar ese sentimiento con ninguna encuesta porque, sencillamente, el pacto de no agresión entre la Corona y los grandes medios informativos ha impuesto la censura sobre los dos componentes de la pareja.

Pero la España oficial, la que describen los medios informativos más poderosos, no tiene por qué coincidir con la real. En Hispanidad.com mantenemos que, en efecto, no coinciden. Entiéndase: dependiendo del origen del juicio, el futuro matrimonio es apoyado o apostrofado, pero se está produciendo una especie de "consenso de mercado" sobre la futura Reina, que es la que exhibe el apóstrofe al que se refería Ussía: el de una mujer cuya principal virtud no es la humildad.

Y es que esto de la boda regia está preocupando a la alta sociedad española y al mundo económico (asimismo expectante tras la inesperada victoria del PSOE), y ocupando al pueblo. El pueblo se divierte un montón, pero la aristocracia no. En primer lugar, está el espantoso dilema de si estás invitado o no lo estás. Los humildes pueden hacer risas al respecto, pero los instalados no lo hacen. En Madrid, en las urbanizaciones de lujo y en la "City" financiera, al menos, no se habla de otra cosa. Por ejemplo, Juan March ha sido invitado, pero su hermano Carlos no (hacen bien, dónde vas a comparar, con Juan se puede hablar tranquilamente, con Carlos la conversación se tensa enseguida). Pero hay más: Alberto Alcocer ha sido invitado, pero Alberto Cortina no. Esto ya son ganas de fastidiar, porque el hermano del no invitado, esto es, Alfonso Cortina, sí lo ha sido. La explicación protocolaria es sencilla: la boda del futuro Príncipe de Asturias será modesta, sólo para 1.300-1.500 invitados. Además, se ha suprimido, por el 11-M, la despedida de solteros y todo ello confluye en que el número de cabreados avanza hacia extremos de tintes revolucionarios. Así que en Zarzuela advierten que sólo se invitará a un representante por familia. Hasta primos del Monarca, como Alfonso y Francisco De Borbón, se están quedando fuera. Dramático.

Pero el club de los agraviados continúa. Por ejemplo, Juan Abelló sí está invitado, pero Fernando Fernández-Tapias (Fefé), no. Naturalmente, no podía faltar Florentino Pérez y los cuatro primeros espadas de la empresas españolas: César Alierta, Alfonso Cortina, como ya hemos dicho antes, Manuel Pizarro, Francisco González, y a lo que habría que añadir el imprescindible presidente de El Corte Inglés, Isidoro Álvarez (el único que, por su propio gusto, evitaría el fasto).

Uno por familia y nada de divorciados. Curioso distingo, habida cuenta del poco tradicional noviazgo de los contrayentes, con la novia viviendo en casa de los padres del novio y todo tipo de viajes pre-luna de miel. En cualquier caso, eso también ha molestado a más de uno.

Volviendo al mundo económico, la coincidencia sobre las virtudes de la novia, y la sensación de que no ha aprovechado los meses transcurridos para ganarse el cariño de los españoles, se acompañan con las críticas al heredero. Se le considera un poco ingenuo en la elección, pero eso no deja de ser un puro chismorreo. Institucionalmente, el asunto es otro: al igual que existe se produce una significativa coincidencia en la escasa modestia de la futura, se le recuerda al Príncipe de Asturias, desde gargantas de muy diverso origen ético, profesional o ideológico, que su padre se ha afianzado como Rey de una España siempre pro-republicana, porque se lo ha ganado a pulso. Obtuvo sus galones en el Golpe de Estado del 23-F, y ha sabido estar, es decir, morderse la lengua, en muchas ocasiones. Su hijo, por contra, aún no se ha doctorado y, como decía uno de sus próximos: "La gente le hubiera doctorado si hubiese renunciado a Letizia por España, justo lo contrario de lo que ha hecho". Si a ello se le une una futura esposa que no parece el dechado del compromiso y el sacrificio, y en cuyo trato no se percibe la virtud más necesaria para el cometido que le espera (la modestia), entonces se cierra el círculo: el futuro matrimonio tendrá que ganarse a los españoles a posteriori. Eso, cuando menos, es un riesgo.

Ante este panorama, de claras implicaciones sociales y hasta económicas, la actitud del futuro Felipe VI ha sido la de pactar con el sistema informativo (es decir, amordazarlo) y mantener la misma actitud distante y opaca. A lo mejor, ha llegado el momento del cambio. No será porque su padre no se lo haya requerido. Pero el problema es lo que le respondió Miguel Primo de Rivera al Monarca, cuando éste se quejó al primero de que uno de sus hijos criticaba con demasiada acritud los modales altaneros de la futura Reina:

-Se lo diré, señor -respondió el aludido-, pero ya sabe que los hijos no hacen caso de sus padres, ni tan siquiera a usted.