Por último, nos pusimos a salvar, entre todos los contribuyentes -con una pistola en la espalda, claro- a las cajas fusionadas, convertidas ya en sociedades anónimas, en un proceso de saneamiento que, como todos los saneamientos financieros, nunca tiene fin.
¿Quién ha dicho que una caja de ahorros es peor que un banco por su naturaleza mutual? A lo largo de toda la historia ha sido mucho mejor. Otros instrumentos del Nuevo Orden Mundial (NOM) se empeñaron, contra toda lógica, en que un banco bueno no es aquel que tiene mucha mora sino aquel que tiene mucho capital. Y claro, las cajas de ahorros comenzaron a ser malas, no porque fueran cajas sino porque no eran bancos. Las intromisiones políticas también ayudaron a devaluar las cajas de ahorros, ciertamente, pero esa no es la razón de la caída de un sector que apuntaló el crédito local, es decir, el importante, de la hipoteca privada, es decir, la propiedad privada favorita del español -su casa-, y la industria nacional, de la que fue su soporte accionarial. Y sí, además repartió miles de millones de euros en obra social.
¿Culpable? El Gobierno socialista de Zapatero aunque, eso sí, con el silencio cómplice y la convivencia del PP de Rajoy.
Planteada la crisis de las cajas, un problema que nunca debió planearse, hemos pretendido arreglarlo con fusiones. Ya conocen el viejo lema: "fusiona dos bancos y tendrás tres problemas". Aquí hemos pactado fusionar cajas buenas con cajas malas, con el resultado de fagocitar las malas y malear las buenas. Un éxito, oiga usted.
Y, tercera etapa, como colofón final, hemos llegado a cuadrar el círculo: ahora que nos hemos cargado todas las cajas y la mitad de la banca, le llega el turno a los contribuyentes, que tiene que enmendar, con ayudas públicas, el desastre político con los bancos.
Luis de Guindos, actual responsable de Economía, acaba de dar la puntilla con el fichaje de dos entidades privadas extranjeras, encargadas de evaluar la banca española. Me decía un importante abogado español que eso es lo mismo que contratar al Bufete Clifford Chance para sustituir al Tribunal Supremo a la hora de juzgar los casos más importantes.
Naturalmente, Roland Berger y Oliver Wyman querrán ganarse el salario y no pillarse los dedos, por lo que se preparan para convertir lo dudoso en fallido y lo gris en negro.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com