A la fuerza ahorcan, así que Hispanidad publicaba el jueves 16 una carta de rectificación del director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rodrigo Rato, ex vicepresidente del Gobierno Aznar y el firmante del llamado milagro económico español. Según la ley vigente en España que regula el derecho de rectificación, un medio informativo está obligado a publicar un escrito de rectificación, sea éste verdadero o falso, e incluso, en puridad, no puede añadir, como afirmaba el señor Rato en su carta, ni complementos ni apostillas. Es decir, que ni tan siquiera vale publicarlo y luego demostrar su falsedad. Ahora bien, el abajo firmante transmite sus cuitas al legislador: ¿Puede obligarse a un periodista a publicar algo que sabe falso o al menos consciente de que es una verdad incompleta?

Pero hoy no es ayer, así que podemos hablar de la almendra de la cuestión del caso Fuensanta, que supongo es lo que importa al lector, independientemente de las complicaciones jurídicas.

Veamos. Dice el hoy director gerente del FMI que es absolutamente falso que el juez haya admitido a trámite la querella criminal contra él o contra algún miembro de su familia. Muy cierto. Ahí se equivocó Hispanidad: la querella que el titular del Juzgado 47 de Madrid ha admitido a trámite está dirigida contra Emilio Botín, Jaime Botín, Alfredo Sáenz Abad, Matías Rodríguez Inciarte, así como otros ocho consejeros y directivos del SCH-Banesto de 2001, por la operación de venta de Aguas de Fuensanta a Banesto. Es más, pueden ustedes leerla pinchando aquí: admisión a tramite.

El querellante es Juan Francisco Franco Otegui, el mismo del caso Amusátegui y Corcóstegui, quien, naturalmente, no es tonto. Y sabe perfectamente que incluir en ese punto a la parte vendedora (luego explicaré los pormenores), es decir, al señor Rodrigo Rato (aunque los que figuran en todos los negocios del clan son sus hermanos y uno de sus cuñados), significaría, sencillamente, introducir a un aforado en el litigio, lo que retardaría el caso durante años.

En síntesis, y así lo pueden ver ustedes en los fundamentos de la querella, lo que ocurrió con Aguas de Fuensanta, salutífero y ferruginoso líquido, es lo siguiente: por la razón que fuera, al banquero más importante de España, Emilio Botín, le caía bien el entonces vicepresidente del Gobierno. Por pura casualidad, Aguas de Fuensanta era propiedad de la familia Rato (que no figura en la querella, como creo haber dicho antes), que poseía un 45,3% de Fuensanta, una sociedad que ya había entrado en pérdidas en 1999 y cuya deuda superaba sus fondos propios. En plata, que estaba en quiebra técnica. Oigamos el relato del querellante:

Un precio de 1.000 millones de pesetas pagado para el 45,30% de las acciones que forman el capital social de Fuensanta equivale a valorar el cien por cien en 2.2075 millones, lo que no puede justificarse en modo alguno si se tiene en cuenta que la sociedad en 1998 registraba deudas por 1.5716 millones de pesetas, cantidad que superaba con creces a los fondos propios, fijados en las cuentas de ese ejercicio en 1.1534 millones. Y lo mismo hay que decir si se toman como punto de referencia los beneficios de la empresa: en 1997 había ganado 215 millones de pesetas, descendiendo el año siguiente a 203 millones, para registrar pérdidas por 469 millones en 1999. (Se acompaña copia de las cuentas anuales de la sociedad correspondientes al ejercicio 1999, comparativas con las de 1998, expedida por el Registro Mercantil de Asturias, como documento nº 8).

Si se tiene en cuenta que en 1998, ejercicio anterior a la adquisición de la participación minoritaria por los querellados, el beneficio neto de la empresa fue de 20,35 millones de pesetas, una valoración de la sociedad en 2.2075 millones supone que el Banco adquirió la participación a un PER de 1084. O, dicho en otros términos, Banesto tardaría 108 años en recuperar la importante cantidad invertida en Aguas de Fuensanta (solamente la inversión, sin calcular intereses).

En definitiva, mientras se dedicaba a liquidar todas las participaciones de la antigua Corporación Industrial Banesto, el banco ahora propiedad de los Botín, qué casualidad, cambiaba de estrategia para comprarle a la familia del vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, una participación por más de 6 millones de euros de una empresa en quiebra. Con esta lotería navideña, los Rato, es decir, Fuensanta, pagaban su deuda con Banesto y, además, se libraban del muerto llevándose, aproximadamente, unos 3 millones de euros.

Según la memoria de Banesto correspondiente al ejercicio 2001, la Dirección no hacía pública la cifra de compras porque inmediatamente se iba a poner en venta y convenía mantener en secreto el asunto. Dejando a un lado tan peregrino argumento, ¿qué hace Banesto especulando con una embotelladora de agua mineral como si se tratara de un derivado sobre el café costarricense o de un cargamento de crudo?

Pues, la respuesta es la misma que sospecha el querellante y que supongo ha llevado al juez a aceptarla a trámite: esto tiene todo el aire de un trato de favor a la familia del vicepresidente del Gobierno (en el momento en que ejercía el cargo) por parte del primer banco del país.

¿Es delictivo vender por 6 millones de euros una participación de una empresa en quiebra? No, siempre se puede pensar que el vendedor es listísimo, y el comprador es tonto de capirote. ¿Es listísimo Ramón Rato, hermano del ex vicepresidente, y tonto de baba don Emilio Botín? Para mí que no.

Por otra parte, no estamos ante la condonación de un crédito por parte de Banesto, en cuyo caso el Banco de España habría acercado su delicada oreja y su aún más delicada nariz. Es más, Banesto puede presumir de haber arreglado una deuda morosa a cambio de obtener un activo industrial. El hecho de que el activo industrial no valga nada es algo que preocupa menos a los inspectores del supervisor. En cuanto al accionista, ni se entera. Es más, en los fundamentos jurídicos de la querella, se puede comprobar cómo se responde a los accionistas en una Junta: En Banesto le dijeron que preguntara en el Santander, y en la Junta del Santander le devolvieron a Banesto. ¿No es genial?

Y más: ¿Fue el precio de compra 1.000 millones de pesetas, como publicó el diario Expansión el 19 de febrero de 1999 sin desmentido del banco? Según la memoria de Banesto correspondiente al ejercicio 2001, la Dirección no hacía pública la cifra de compra porque inmediatamente se iba a poner en venta y convenía a los intereses del banco mantener en secreto el asunto. Áteme esa mosca con el rabo. Máxime cuando los estatutos de Fuensanta establecían el derecho de los accionistas de la entidad a adquirir las acciones de manera preferente. Es decir, Banesto estaba atrapado con el 55% del capital restante y encima decidía ocultar la cuantía de la adquisición a los propietarios del banco que resultaban ser los verdaderos y legítimos compradores. Eso es buen gobierno corporativo. ¿Me puede confirmar que la cuantía de la adquisición de Fuensanta fue de 1.000 millones de pesetas? Insistía el accionista Javier Sotos García en Junta celebrada el 24 de febrero de 2001. Respuesta: La divulgación de esa información podría perjudicar los intereses del banco. Y tanto. Así que el propietario de Banesto aunque sea en ínfima parte- y por tanto adquirente de Fuensanta acude a la junta del Santander a reiterar su pregunta. En el Santander le vuelven a remitir a Banesto en un ejercicio de ping-pong. ¿Transparencia? Según el querellante, a 16 de febrero de 2003 no se había depositado en el registro mercantil de Asturias las cuentas relativas a los ejercicios 2000 y 2001.

Por cierto, Sr. Botín, tengo una sociedad en situación de quiebra técnica, que seguramente podría formar parte de su entramado industrial. ¿Le importaría comprármela por unos módicos 6 millones de euros? Sí, ya sé, no soy ministro de Economía, pero la quiebra técnica es la misma. ¿Verdad que no le importa?

Por tanto, insisto, persisto y resisto. Todo indica que hubo un clarísimo trato de favor por parte de Banesto a la familia Rato. Y no ha sido el único banco en participar en este tipo de operaciones. Es más, a mí Rato siempre me ha parecido un gran político, mucho más capaz que Aznar, menos acomplejado ideológicamente... pero un hombre al que su familia iba a meter en problemas.

Por eso, me duele la reacción del actual director del FMI: ese trato de favor no se concilia con los términos de negación radical que el hoy director del FMI emplea en la carta enviada a Hispanidad. Chesterton decía que las grandes mentiras son aquellas que se encuentran más próximas a la verdad. Lo cierto es que la carta de Rato no está tan próxima a la verdad, pero me temo que el aforismo resulta pertinente.

Ya está bien de negocios de sopa boba a costa de los pequeños accionistas y, no lo olvidemos, de los trabajadores de una entidad financiera. Y ya está bien de protestar con todos los medios jurídicos a su alcance (a Hispanidad han llamado por teléfono desde Washington, nos han enviado fax y correos electrónicos del señor Megan Thomas desde la "Office of the Managing Director" del FMI, y hasta el ilustrísimo señor notario Juan Álvarez-Sala, con despacho en la calle Serrano 58, para "acongojarnos" que diría un castizo), para hacernos ver negro lo blanco. Es cierto, los Rato no están imputados, no por el momento, sólo lo está el comprador, los Botín. Pero que no estén imputados no significa que no sean protagonistas de los hechos, y esto no es un juzgado, es un periódico. Si acaso quieren leer ustedes los fundamentos de la querella, los que han convencido al juez, aquí la tiene. Podrá solazarse con el caso Fuensanta y con el no menos interesante caso del inmueble de Castellana 7, sede de Banesto. Pero, sobre todo, podrán comprobar cómo responden los ricos y famosos, por ejemplo, un Emilio Botín o un Alfredo Sáenz, en los tribunales, así como las pérdidas de memoria que les provoca su absorbente laboriosidad. Los poderosos siempre están con riesgo de Alzheimer jurídico.

Veremos cómo termina el asunto, pero empieza a ser preocupante este divorcio entre verdad y justicia, que posibilita el toreo de salón de los poderosos, tan cercanos siempre a la impunidad.

Luis Losada Pescador/Eulogio López