Pues buen, resulta que doña Soledad manifiesta su preocupación por que el periodista se suicide. ¿Y cuándo se suicida? Cuando renuncia a la verdad.
Pasmadito me he quedado. ¿Qué me dice doña Soledad? ¿En qué extraña caverna reaccionaria se ha inoculado usted de tan herético virus? ¿Acaso no recuerda usted que la verdad no existe? ¿Acaso no recuerda usted el frontispicio intelectual de PRISA, donde se encuentra impreso con letras de fuego el mejor de los insultos, esto es, el dedicado a quien "se siente en posesión de la verdad"?
Mire usted, doña Soledad, si seguimos por ese camino clerical y viscoso, con destellos fascistas, que sólo le ha faltado animar a rezar el rosario, apaga y vámonos. Sinceramente, el Imperio Polanco, o ex imperio, tendrá que prescindir de sus servicios. El País no puede aceptar dogmáticos. La verdad no existe, señora Gallego-Díaz; si existe, no podemos encontrarla. Lo que existe es una verdad mudable, que varía con el tiempo, algo así como las modas de temporada, cuatro por año.
Menos mal que, en la misma edición, unas cuantas páginas atrás, página 36, el democrático concepto de verdad modulable reaparece en escena. Juan Bedoya -se ruega no hacer rimas fáciles con su apellido- el hombre que, al contrario que su adorado Hans Küng sí acepta ser Papa aunque ello le fuerce a perder al don de la infalibilidad, nos interpreta la verdad. En este caso, con la campaña de la Conferencia Episcopal para enrolar seminaristas. Ojo al dato "Los prelados ofrecen 'trabajo fijo' para captar curas".
Existe una curiosa tendencia de la progresía, de tintes keynesianos, al minijob, o creación de empleo independientemente de sus condiciones. Keynes aseguraba que si hay 100 parados se pone a cavar hoyos a 50 y a los otros 50 a rellenarlos.
Hombre Bedoya, verá, un cura anda por los 700 euros al mes. Está obligado a guardar votos de pobreza, castidad y obediencia, no tiene horarios ni derechos laborales. Sí, es un trabajo fijo pero seguro que hasta tú, que eres teólogo, habrás capado la ironía publicitaria de los "prelados".
Y hablando de voto de obediencia. Bedoya nos explica, en otro resumen de hechos verídicos, tal y como solicitaba Soledad Gallego-Díaz, nos explica que "El Vaticano advierte a los teólogos de que debe someterse a los obispos". El titular ya apunta maneras. Porque claro: ¿qué es eso de que gente tan intelectual como los autocalificados teólogos tengan que obedecer a aquello de que "lo que atares en la Tierra quedará atado en el Cielo", etc., etc.
Se trata de otra defensa heroica de El País, que siempre corre presuroso en socorro del vencedor. Los perseguidos de Bedoya son los teólogos progres, como José Antonio Pagola, el inevitable Juan José Tamayo y la troupe de jesuitas y franciscanos habituales en este tipo de tenidas. Nadie como los comecuras de PRISA para defender al pobre teólogo humillado por los pérfidos obispos y por el "gran inquisidor", Benedicto XVI. "Episcopado y teología se mueven en distintos planos", asevera el sincero Tamayo. Yo pensé que se movían en el mismo plano: Cristo.
Pero lo más curioso de estos teólogos es que casi todos ellos han recibido las sagradas órdenes, que ejercen según la fórmula del doctor Jekyll y Mister Hyde. Cuando proceden son ministros del culto que han jurado sus tres votos, incluido el de obediencia. Pero, cuando toca, son teólogos, actividad civil e intelectual en la que los obispos -seres que no piensan- no tienen nada que decir.
Tamayo, con esa caridad evangélica que le caracteriza, ha llegado a decir de un obispo que "está espacialmente desubicado", que es la manera finolis con la que hoy nos referimos a los locos de atar.
Y así llegamos a la conclusión que me interesa: ¿Por qué nunca he sido nominado para obispo ni para Papa? (una injusticia, como bien comprenderán). Y es ésta: porque si yo fuera prelado o Pontífice no perseguiría intelectualmente, ni inquisitorialmente, a este mariachi de teólogos pavisosos, sino que les perseguiría físicamente, a gorrazos. A gorrazos teológicos, se entiende, o sea, golpeado en canillas y occipucio.
Eso sí, lo haría por amor a la verdad, siguiendo instrucciones, no de Cristo, sino de Soledad Gallego-Díaz.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com