Le das los buenos días a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y te cuenta la reforma de la Administración Pública, que ella lidera. Está muy orgullosa y se le nota.
Y tiene algún motivo. De la mano de Pérez Renovales, el PP está intentando reducir el número de organismos públicos así como el número de políticos. Y hace bien. Pero aclaremos algo: reformar el Estado es reducir el tamaño del Estado y para reducir el tamaño del Estado y que emerja la sociedad civil, no basta con reducir el número de políticos. La clave está en reducir los impuestos. Y el Gobierno Rajoy ha hecho justamente lo contrario, aunque es cierto que la herencia recibida de los socialistas era letal y, precisamente por eso, la alternativa debía ser reducir prestaciones públicas, no aumentar la carga fiscal.
Es verdad, lo peor de la era Zapatero en materia económica fue el derroche de la Administración Pública. Y podría ser lo mejor del PP en materia económica detener ese derroche, pero eso sólo se consigue vía reducción de impuestos. Rajoy preside un gobierno de abogados del Estado, más preocupados del derecho público que de los derechos privados. Si quieren traducirlo con la conclusión de que el PP no es un partido liberal, no seré yo quien se oponga.
Y tampoco nos engañemos: toda la reforma de la Administración Pública es antiautonomista porque tiene que serlo. No discuto el Estado autonómico, pero nadie me puede discutir que el gasto público se multiplicó en España con el Estado del Bienestar y con la aparición de las comunidades autónomas.
Pero, por encima de todo ello, resulta que, con autonomías mermadas o en expansión, con un Estado centralizado o federal, el gasto público -que siempre supone una confiscación de la propiedad privada- sigue creciendo… en forma de una fiscalidad creciente. No estoy hablando de dinero, estoy hablando de libertad. Todo impuesto constituye un atentado contra la libertad individual. Son necesarios los impuestos, claro está, pero un impuesto es, siempre, un mal imprescindible. Cuanto menos sea ese mal, y cuanto más transitorio, mejor que mejor. A menos impuestos, más justicia social.
El ministro Cristóbal Montoro (en la imagen), hacedor de la nueva reforma fiscal, perpetrador de la mayor subida de impuestos directos de toda la democracia, debería pensar en ello.
Eulogio López
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