Sr. Director:
La oración de los hombres es omnipotente, sin embargo es la debilidad de Dios. (San Agustín).
Acabo de leer en un medio de comunicación lo siguiente: El Gobierno tiene prisa en aplicar las medidas que incluye la Ley de Memoria Histórica aprobada en el Congreso. Y nosotros, entre los que me incluyo, estamos acelerados para conseguir que esta Ley de Memoria Histórica no empiece a aplicarse.
Desde un ángulo socio-político todo indica que nuestro actual Gobierno domina la situación a este respecto; pero si los cristianos rezáramos con el fin de lograr que esto que nuestro Gobierno pretende nos alzaríamos con el éxito. Repito. Somos omnipotentes con Dios.
También podríamos argumentar que la vicepresidena del Gobierno se equivoca, como es habitual en ella, y afirme que lo que el Gobierno pretende así es cerrar y cicatrizar heridas y recuperar la memoria de los que murieron por defender las ideas con honor y dignidad.
Los hechos son tozudos: ¿Por qué? Bien clara es la respuesta: desde que se aprobó esta nefasta Ley se han abierto las heridas por doquier. Las ofensas morales de la postura de la vicepresidenta han conseguido que las almas de muchísimos españoles se hayan reabierto.
Debemos añadir que los proyectos de Real Decreto que desarrolla la ley -mal llamada de la Memoria Histórica- contiene una serie de discriminaciones personales, temporales y monetarias, según quien sea el que consiga la aplicación de los Reales Decretos.
Al ínclito juez Garzón le ha caído un marrón, difícil de digerir: A saber, elaborar la larga lista de víctimas. Será tarea de Prometeo conseguir que la ministra de Igualdad no aplique su principio inspirador: la igualdad.
Por último tengo un trauma personal. Sería largo de explicar. Sólo puedo ofrecer a grandes rasgos lo que me duele muy profundamente. Intentaré explicarles: el día 23 de agosto de 1936 (yo tenía 3 años) fusilaron los rojos a 80 personas en la Puerta del Cambrón en Toledo. Entre estas víctimas se hallaba mi padre, Agustín Losada Pérez, de profesión corredor de comercio, junto con Luis Morcardó y el Deán de la catedral de Toledo. En una fosa común los abandonaron. Franco no nos proporcionó ayuda alguna.
Cuando movieron los cadáveres, la tarea de identificación fue tarea trágica. Sólo el Deán de la catedral de Toledo tuvo un fácil reconocimiento. Su cuerpo estaba incorrupto. Gracias a su espíritu valiente y religioso absolvió in articulo mortis a estas 80 personas. ¿Y estos no merecen algo más en este repaso de la Memoria Histórica? Sería profuso si me extendiera con más detalles. Y además ahora me está doliendo el corazón al escribir esta otra memoria histórica. Por ello, termino agradeciendo la paciencia a quienes me han tenido que leer.
Agustín Losada