Son como pinceladas que van tejiendo la lona de la actualidad (precioso símil, oiga). A Gallardón me le persiguen cuando pasea al perro -pobre perro-.

De inmediato, la plataforma Gay -bueno, alguna de las muchas que existen-, emite un comunicado en el que asegura que rechaza tan lamentables métodos. ¡Lejos de mí tan perniciosos hábitos!

A los diputados catalanes les canean y les pintan la calva, que es algo muy molesto. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, llega en helicóptero, peligroso vehículo y tan cabreado andaba que habló del uso legítimo de la fuerza. O sea, que amenazó a los insurrectos. Naturalmente, el movimiento central del 15-M se desmarcó de los violentos. Han surgido de ellos, de los indignados, pero, al parecer, se han indignado demasiado, así que son hijos expulsados de casos para sus padres (un problema, porque legalmente no es posible).

El coordinador de Izquierda Unida -cargo éste con evocaciones asamblearias-, Cayo Lara ha descubierto que a lo mejor los indignados no votan Izquierda Unida.

Naturalmente, los portavoces del 15-M, unos 15.000, aseguraron que lo suyo era una manifestación pacífica, pero el juez no se atrevió a exigirle a la policía que cumpliera con la ley.

Me encanta una sociedad que protesta contra los abusos del poder pero no entiendo una protesta que lo único que propone es saltarse la justicia y destruir sin proponer nada a cambio, salvo, claro está, que el Estado pague los platos rotos, es decir, que lo paguemos los demás.

De todos modos, Gallardón es víctima de su propia demagogia. Para hacerse el progre violentó sus principios, supuestamente cristianos, y se dedicó a casar homosexuales y alabarlos. Ahora se encuentra con que el lobby gay le exige más, le exige todo. ¿Acaso podría esperar otra cosa?

Pero todo esto me evoca una pregunta. Exactamente, ¿qué es violencia? Mentarle la madre a un señor, sentarse para impedirle entrar en su trabajo, humillarle ante su mujer e hijos -y ante su perro-, amenazarle con abrirle en canal para comprobar el color de sus entrañas, convocarle para una penetración rectal por el recto… ¿no es violencia? No, aseguran los políticamente correctos. Pero si yo fuera víctima de este tipo de agravios no me quedaría para averiguarlo.

Ese distingo tan exquisito entre violencia física y violencia, digamos, psíquica, es muy propia de dos tipos de colectivos: los progres en general y las feministas en particular. Para ambas sectas todo está permitido, incluida la mayor injuria, la peor de las calumnias o el más hiriente insulto si no se levanta la mano. Yo diría que hay palabras y desprecios, actitudes y pretensiones, que duelen mucho más que un puñetazo pero por el interés en que la violencia de género sea cosa de  hombres -feministas- y el poder violentar los derechos de los demás sin que tú puedas ser violentado físicamente -indignados o lobby gay- ha terminando en una violación permanente de la ley. Estos colectivos provocan violencia pero no la ejecutan, que es más peligroso y puedes salir trasquilado. Siguen el lema del Gran Arzalluz respecto a ETA: "Unos menean el nogal y otros recogemos las nueces". Es la neoviolencia de los neoindignados. Los clásicos, más varoniles y menos horteras, lo explicaban de forma más clara: la pluma puede ser más dañina que la espada. Pero los clásicos no eran neo-caraduras.

Eulogio López

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