Sr. Director:

Anda la progresía gubernativa muy revuelta con el éxito de la manifestación en defensa de la familia cristiana celebrada en Madrid, que eso de que centenares de miles de católicos saliesen de sus hogares en defensa del matrimonio indisoluble de hombre con mujer, no es fácil de digerir para quien se encuentra legitimado en construirnos una «nueva sociedad». 

En su estudiada estrategia, el Gobierno distribuye la consigna de que los reunidos el 30 de diciembre sólo representaban al sector más integrista de la jerarquía eclesiástica española, y no a la auténtica Iglesia (la de Pepiño y Bono). Pero lo que en verdad ha descompuesto a la progresía dominante es el poder de convocatoria de los obispos y que los católicos españoles sean capaces de movilizarse y salir a la calle en defensa de sus convicciones. La pataleta del Gobierno y sus mariachis es lógica, porque para ellos el bien y el mal es lo que fija en cada momento la ley, esto es, el partido o coalición con mayoría para gobernar. Toda crítica al anterior principio es considerada como un ataque directo a la democracia.   

«Cada uno en su sitio», ha sentenciado Zapatero mirando de soslayo a los obispos. Y es que el sitio anhelado por nuestro presidente para la Iglesia es el de muda espectadora. El de una Iglesia reducida a ONG asistencial que se haga cargo de los enfermos, marginados y abandonados de la «sociedad del bienestar», pero que no cuestione las políticas causantes del desastre social que se nos viene encima.

La que mendigue financiación para el arreglo de sus templos (cada vez más vacíos), a cambio del silencio. Y el de unos católicos que paguen religiosamente sus impuestos contribuyendo sin chistar a la subvención pública de clínicas abortistas y de peliculitas donde se mofen continuamente de su fe, sin derecho siquiera a objetar ante una asignatura que adoctrina a sus hijos en el relativismo moral. 

En fin, el de una Iglesia y unos católicos confinados a la sacristía y a la intimidad de sus hogares, que callen y se mantengan muy lejos de la calle.  

Miguel Ángel Loma Pérez

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