En los años 30 y 50 del siglo XIX los progresistas españoles -por concretar, los señores Juan Álvarez Mendizábal y Pascual Madoz- pusieron en marcha la desamortización eclesiástica, un robo a gran escala de los bienes de la Iglesia, de los que, como siempre, el pueblo resultó el gran perjudicado y los progresistas quienes se forraron violentamente.
Hace unos días, el 27 de julio de 2012, la Comisión Europea daba luz verde a la absorción de las cajas de ahorros catalanas fusionadas a la fuerza en Unnim Banc, por el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA).
El señor Francisco González (FG), presidente del BBVA (en la imagen), es conocido como al arquetipo de liberal de hoy, figura que tiende a fundirse, en el siglo XXI, con el capitalista financiero. Dejémonos de teorías que pueden resultar aburridas. Lo que quiero decir es que el señor González era el adalid anti cajas de ahorros, bramaba contra ellas día y noche, las tildaba de arquetipo de la politización y del despilfarro, mientras la banca, no necesito explicarlo, era el acabose de la modernidad financiera.
Es más, FG, y en eso le apoyo, aseguraba que había que terminar con los bancos zombies, es decir, sólo que para él esos bancos eran las cajas de ahorros, que eran las malas. Pero miren ustedes hasta dónde llega el espíritu de sacrificio de FG que, a pesar de todo ello, ha sido capaz de comerse Unnim, producto de la fusión de tres cajas de ahorros catalanas, con décadas de historia.
Y para comérselas, quitarles todo su negocio y absorber sus activos y pasivos, entre todos los españoles le vamos a regalar a FG el 80% de 3.817 millones de euros, es decir, unos 3.000 millones, a los que habría que añadir otra inyección de 280 millones de euros más la recapitalización primera a cargo del FROB para el coste de la línea de liquidez otorgada. Además de quitarse un competidor de en medio, naturalmente.
A cambio, don Francisco González nos hará el favor de cerrar 332 oficinas y de poner en la calle a 1.218 trabajadores.
No lo duden, estamos ante una nueva desamortización, esta vez no de rentas monacales, ni de inmuebles de la Iglesia, sino de las cajas de ahorros, un producto de la acción social de la Iglesia Católica, a la que, por tanto, se odiaba de la forma más irracional posible. El expolio de las cajas de ahorros, al igual que el expolio de los activos eclesiásticos durante el siglo XIX, ha servido para deslocalizar el crédito, hundir a la industria española soportada accionarialmente por las cajas de ahorros, dificultar la financiación de profesionales, autónomos y pymes y enriquecer al oligopolio bancario, que de obra social entiende más bien poco. La liquidación de las cajas constituye un robo en toda regla, presentado como un instrumento para el progreso de los pueblos.
Lo de las cajas de ahorros, presentada ahora como la raíz de todos los males de España ante un pueblo crédulo, es una barbaridad que vamos a pagar durante años. Es lo mismo que la desamortización eclesiástica de la década de los años treinta del siglo XIX y la aún más temible de veinte años después. La desamortización de Mendizábal y Madoz, terminó, por ejemplo, con la educación gratuita de la Iglesia, que ya no pudo mantener sus centros educativos sin recurrir a los padres de los alumnos (los que tenían dinero, claro), dado que se le había privado de sus rentas y sus diezmos. Entonces se finiquitó la educación gratuita de calidad en España. Ahora, con la desamortización de las cajas de ahorros -creadas en su mayoría por la Iglesia- se va a terminar con la financiación de las pymes, es decir, de lo que crea empleo y justicia social.
Estamos viviendo otra de las maravillas el progresismo: explotar al pobre para premiar al pobre… FG.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com